
A mi madre, sola.
Para mirarte a los ojos
tendría que tragarme el mar
con toda su sal
y limpiar la añoranza
de mis manos
con la arena solitaria
de playas crepusculares
y ocultas
bajo la piel asfixiada
del cielo.
Tendría que hacerle el amor
al tiempo
y jugar con la
muerte,
y bailar con la vida,
y vestirme en un traje
de esqueléticas flores
olvidadas por el viento
y el rocío
que escapó
corriente abajo.
Tendría que amarte en silencio,
en medio de un campo
de amarillentas magnolias
azotadas por relámpagos
de púrpura y azaleas,
besando tus pies
de primaria dureza
mineral,
y entonces,
del vacío de tu vientre
vería nacer el sollozo
en distancias asonantes
a la sombra
de dos
soledades.
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A TODOS LOS NAVEGANTES Y NÁUFRAGOS QUE ARRIBAN A PEDRO’S ISLAND
Quien llega a esta Isla, llega exhausto: vapuleado, cuasi-ahogado, confuso; luego de haber navegado o naufragado a contracorriente y de haber escapado las fauces hambrientas del océano inmenso y su profundidad alucinante de cristal, espuma y sombra.
Gracias por tener fe en el horizonte. Gracias por perseverar.
Descansa en estas playas y siente que has llegado, finalmente, a donde perteneces desde siempre. Te ofrezco, en recompensa de viaje y por tu denodado esfuerzo, todos los secretos, la paz y la magia de este paraíso que de este momento en adelante, es también tuyo.
¡Bienvenidos, damas y caballeros, a Pedro’s Island!