domingo, 27 de septiembre de 2009

Nana del recuerdo

A mi madre, sola.


Para mirarte a los ojos

tendría que tragarme el mar

con toda su sal

y limpiar la añoranza

de mis manos

con la arena solitaria

de playas crepusculares

y ocultas

bajo la piel asfixiada

del cielo.


Tendría que hacerle el amor

al tiempo

y jugar con la


muerte,

y bailar con la vida,

y vestirme en un traje

de esqueléticas flores

olvidadas por el viento

y el rocío

que escapó

corriente abajo.


Tendría que amarte en silencio,

en medio de un campo

de amarillentas magnolias

azotadas por relámpagos

de púrpura y azaleas,

besando tus pies

de primaria dureza

mineral,

y entonces,

del vacío de tu vientre

vería nacer el sollozo

en distancias asonantes

a la sombra

de dos

soledades.


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A TODOS LOS NAVEGANTES Y NÁUFRAGOS QUE ARRIBAN A PEDRO’S ISLAND

Quien llega a esta Isla, llega exhausto: vapuleado, cuasi-ahogado, confuso; luego de haber navegado o naufragado a contracorriente y de haber escapado las fauces hambrientas del océano inmenso y su profundidad alucinante de cristal, espuma y sombra.

Gracias por tener fe en el horizonte. Gracias por perseverar.

Descansa en estas playas y siente que has llegado, finalmente, a donde perteneces desde siempre. Te ofrezco, en recompensa de viaje y por tu denodado esfuerzo, todos los secretos, la paz y la magia de este paraíso que de este momento en adelante, es también tuyo.

¡Bienvenidos, damas y caballeros, a Pedro’s Island!