martes, 15 de septiembre de 2009

Oración al fantasma de una amigo querido

Si supieras, Carlos...

Si supieran esas calles

--tan largas y estrechas

que no caben los recuerdos

en la horizontalidad

de su pélvica

magnitud--

si los ayeres

mataran las arcas

donde digiere las horas

el tiempo viejo.


Si en el oleaje mágico del humo

se hubiera anclado

la rubia acidez

de aquélla

tu pálida sonrisa

de afectos lejanos.


Si pudiera...

en la podredumbre mística

de mi darwiniana cobardía...


Pero

pasó.


Reptando

en el conteo decadente

de nuestros años

la suma exorbitante

de los puntos muertos,

de las tardes derribadas

con un bostezo,

del vicio de rosas viejos

(marrones desleídos

en tóxica cabalgata

de horizontes violados).


Si

las fuerzas...

si el egocobardismo...


Si la culpa

prescindiera

del veredicto.


Si el viento

no humillara

en reveses

al llanto.


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A TODOS LOS NAVEGANTES Y NÁUFRAGOS QUE ARRIBAN A PEDRO’S ISLAND

Quien llega a esta Isla, llega exhausto: vapuleado, cuasi-ahogado, confuso; luego de haber navegado o naufragado a contracorriente y de haber escapado las fauces hambrientas del océano inmenso y su profundidad alucinante de cristal, espuma y sombra.

Gracias por tener fe en el horizonte. Gracias por perseverar.

Descansa en estas playas y siente que has llegado, finalmente, a donde perteneces desde siempre. Te ofrezco, en recompensa de viaje y por tu denodado esfuerzo, todos los secretos, la paz y la magia de este paraíso que de este momento en adelante, es también tuyo.

¡Bienvenidos, damas y caballeros, a Pedro’s Island!