
Si supieras, Carlos...
Si supieran esas calles
--tan largas y estrechas
que no caben los recuerdos
en la horizontalidad
de su pélvica
magnitud--
si los ayeres
mataran las arcas
donde digiere las horas
el tiempo viejo.
Si en el oleaje mágico del humo
se hubiera anclado
la rubia acidez
de aquélla
tu pálida sonrisa
de afectos lejanos.
Si pudiera...
en la podredumbre mística
de mi darwiniana cobardía...
Pero
pasó.
Reptando
en el conteo decadente
de nuestros años
la suma exorbitante
de los puntos muertos,
de las tardes derribadas
con un bostezo,
del vicio de rosas viejos
(marrones desleídos
en tóxica cabalgata
de horizontes violados).
Si
las fuerzas...
si el egocobardismo...
Si la culpa
prescindiera
del veredicto.
Si el viento
no humillara
en reveses
al llanto.
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A TODOS LOS NAVEGANTES Y NÁUFRAGOS QUE ARRIBAN A PEDRO’S ISLAND
Quien llega a esta Isla, llega exhausto: vapuleado, cuasi-ahogado, confuso; luego de haber navegado o naufragado a contracorriente y de haber escapado las fauces hambrientas del océano inmenso y su profundidad alucinante de cristal, espuma y sombra.
Gracias por tener fe en el horizonte. Gracias por perseverar.
Descansa en estas playas y siente que has llegado, finalmente, a donde perteneces desde siempre. Te ofrezco, en recompensa de viaje y por tu denodado esfuerzo, todos los secretos, la paz y la magia de este paraíso que de este momento en adelante, es también tuyo.
¡Bienvenidos, damas y caballeros, a Pedro’s Island!