viernes, 9 de octubre de 2009

Descanso del ángel extenuado


Después de las batallas

de los teléfonos

y los ordenadores

y de los supermercados

y de las autopistas

y de los bancos sin crédito

te vas

más abajo

de la cintura

aplacando

redondeces

de muslo y centro,

agotadas

las gomosodómicas

émesis del placer;

cansada

ya

la monotonía de los besos

refugiados

hace un escaso minuto

en la jungla de Venus

henchida y hecha obelisco

de sombra

proyectil y eréctil.


Silencio

ahora

que pasas revista

recapitulando

detalles en la cumbre de tu mente

y miras

hacia los pies de la cama

—reclinatorio,

confesionario

desierto—

donde a veces

(¡tantas veces!)

ha venido a pacer

de rodillas

la inocencia.


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A TODOS LOS NAVEGANTES Y NÁUFRAGOS QUE ARRIBAN A PEDRO’S ISLAND

Quien llega a esta Isla, llega exhausto: vapuleado, cuasi-ahogado, confuso; luego de haber navegado o naufragado a contracorriente y de haber escapado las fauces hambrientas del océano inmenso y su profundidad alucinante de cristal, espuma y sombra.

Gracias por tener fe en el horizonte. Gracias por perseverar.

Descansa en estas playas y siente que has llegado, finalmente, a donde perteneces desde siempre. Te ofrezco, en recompensa de viaje y por tu denodado esfuerzo, todos los secretos, la paz y la magia de este paraíso que de este momento en adelante, es también tuyo.

¡Bienvenidos, damas y caballeros, a Pedro’s Island!