
A mi ciudad querida, a la que no renuncio
Mujer de puerto.
Vieja moza recostada
al otro lado de la bahía.
Dedos infinitos
cuentan campanarios
(cúpulas de viento)
colgados
del azul
—patas de gallo,
y saetas sin arquero
que persiguen
pretéritas
extemporáneas
invisibles
solemnidades—.
Corona es
tu antillano fuero:
marino abrazo
ciñendo
tu talle
caribe y rebelde;
marisma sensual
de soles reventados
en noches
de una sola estrella
poseída
negligente
obsesa;
besando
el agua de indiferencias
que suben
a tu garganta
de obcecada
delirante espuma
saturada de brea
y yodado perfume
de algas descompuestas.
Mujer de puerto.
Habana insomne.
Vieja moza recostada
al otro lado
de mis recuerdos.
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A TODOS LOS NAVEGANTES Y NÁUFRAGOS QUE ARRIBAN A PEDRO’S ISLAND
Quien llega a esta Isla, llega exhausto: vapuleado, cuasi-ahogado, confuso; luego de haber navegado o naufragado a contracorriente y de haber escapado las fauces hambrientas del océano inmenso y su profundidad alucinante de cristal, espuma y sombra.
Gracias por tener fe en el horizonte. Gracias por perseverar.
Descansa en estas playas y siente que has llegado, finalmente, a donde perteneces desde siempre. Te ofrezco, en recompensa de viaje y por tu denodado esfuerzo, todos los secretos, la paz y la magia de este paraíso que de este momento en adelante, es también tuyo.
¡Bienvenidos, damas y caballeros, a Pedro’s Island!