lunes, 9 de noviembre de 2009

Capricho de La Habana



A mi ciudad querida, a la que no renuncio


Mujer de puerto.

Vieja moza recostada

al otro lado de la bahía.


Dedos infinitos

cuentan campanarios

(cúpulas de viento)

colgados

del azul

—patas de gallo,

y saetas sin arquero

que persiguen

pretéritas

extemporáneas

invisibles

solemnidades—.


Corona es

tu antillano fuero:

marino abrazo

ciñendo

tu talle

caribe y rebelde;

marisma sensual

de soles reventados

en noches

de una sola estrella

poseída

negligente

obsesa;

besando

el agua de indiferencias

que suben

a tu garganta

de obcecada

delirante espuma

saturada de brea

y yodado perfume

de algas descompuestas.


Mujer de puerto.

Habana insomne.

Vieja moza recostada

al otro lado

de mis recuerdos.


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A TODOS LOS NAVEGANTES Y NÁUFRAGOS QUE ARRIBAN A PEDRO’S ISLAND

Quien llega a esta Isla, llega exhausto: vapuleado, cuasi-ahogado, confuso; luego de haber navegado o naufragado a contracorriente y de haber escapado las fauces hambrientas del océano inmenso y su profundidad alucinante de cristal, espuma y sombra.

Gracias por tener fe en el horizonte. Gracias por perseverar.

Descansa en estas playas y siente que has llegado, finalmente, a donde perteneces desde siempre. Te ofrezco, en recompensa de viaje y por tu denodado esfuerzo, todos los secretos, la paz y la magia de este paraíso que de este momento en adelante, es también tuyo.

¡Bienvenidos, damas y caballeros, a Pedro’s Island!