
Ser madre
te hace divina
ante mis ojos
aunque fueras
madre terrena
entre tantas.
Celestial don
sobre tu vientre
sea o no
debatible
el fruto.
Carpintero
hijo
de la tierra
y del cielo:
cruce
irreverente
de dogma apocrifado
en el libro
inadmisible
de las abominaciones;
mutación
y triunfo
de la catarsis
sobre la mortal,
pagana certidumbre
de carne,
lujuria
y deceso.
A sus pies
lloraste
el fracaso de las súplicas;
el aborto
de aquella infancia
feliz y distante
en una tarde
del quinto día
en el quinto mes;
la impasible
sordera del infinito
hecho
ardiente planicie
de romano escarmiento
con tu hijo
al centro
flanqueado
por desconocidos
mientras se hacía
roja escarcha
el sangrado destrozo
de su cuerpo hermoso
que luego besaste
en consagración
perenne
de tu amor
por él.
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A TODOS LOS NAVEGANTES Y NÁUFRAGOS QUE ARRIBAN A PEDRO’S ISLAND
Quien llega a esta Isla, llega exhausto: vapuleado, cuasi-ahogado, confuso; luego de haber navegado o naufragado a contracorriente y de haber escapado las fauces hambrientas del océano inmenso y su profundidad alucinante de cristal, espuma y sombra.
Gracias por tener fe en el horizonte. Gracias por perseverar.
Descansa en estas playas y siente que has llegado, finalmente, a donde perteneces desde siempre. Te ofrezco, en recompensa de viaje y por tu denodado esfuerzo, todos los secretos, la paz y la magia de este paraíso que de este momento en adelante, es también tuyo.
¡Bienvenidos, damas y caballeros, a Pedro’s Island!