domingo, 1 de noviembre de 2009

María



Ser madre

te hace divina

ante mis ojos

aunque fueras

madre terrena

entre tantas.


Celestial don

sobre tu vientre

sea o no

debatible

el fruto.


Carpintero

hijo

de la tierra

y del cielo:

cruce

irreverente

de dogma apocrifado

en el libro

inadmisible

de las abominaciones;

mutación

y triunfo

de la catarsis

sobre la mortal,

pagana certidumbre

de carne,

lujuria

y deceso.


A sus pies

lloraste

el fracaso de las súplicas;

el aborto

de aquella infancia

feliz y distante

en una tarde

del quinto día

en el quinto mes;

la impasible

sordera del infinito

hecho

ardiente planicie

de romano escarmiento

con tu hijo

al centro

flanqueado

por desconocidos

mientras se hacía

roja escarcha

el sangrado destrozo

de su cuerpo hermoso

que luego besaste

en consagración

perenne

de tu amor

por él.


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A TODOS LOS NAVEGANTES Y NÁUFRAGOS QUE ARRIBAN A PEDRO’S ISLAND

Quien llega a esta Isla, llega exhausto: vapuleado, cuasi-ahogado, confuso; luego de haber navegado o naufragado a contracorriente y de haber escapado las fauces hambrientas del océano inmenso y su profundidad alucinante de cristal, espuma y sombra.

Gracias por tener fe en el horizonte. Gracias por perseverar.

Descansa en estas playas y siente que has llegado, finalmente, a donde perteneces desde siempre. Te ofrezco, en recompensa de viaje y por tu denodado esfuerzo, todos los secretos, la paz y la magia de este paraíso que de este momento en adelante, es también tuyo.

¡Bienvenidos, damas y caballeros, a Pedro’s Island!