Tu pie hermoso
me recuerda
esas pinturas de Botticelli
donde santos católicos
y dioses olímpicos
despliegan
sus terrenísimas
laicas anatomías
deslumbrando el ojo
y despertando el antojo
de carnal,
irreprimible,
pélvico fuego
que incita al beso
de cada dedo;
al trazo
de cada vena
en húmeda senda
recorrida por la lengua;
al contacto
entre tu planta suave
y mi ardiente mejilla
convulsa de deseo:
magnífico pie
— raíz y sustento—
de árbol vigoroso
repleto de amaneceres
donde afloran
los latidos
mesurados
de tu pecho
y cinco
pseudofalos invitan
al impulso
subestimado
de rendirme
ante ti.
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A TODOS LOS NAVEGANTES Y NÁUFRAGOS QUE ARRIBAN A PEDRO’S ISLAND
Quien llega a esta Isla, llega exhausto: vapuleado, cuasi-ahogado, confuso; luego de haber navegado o naufragado a contracorriente y de haber escapado las fauces hambrientas del océano inmenso y su profundidad alucinante de cristal, espuma y sombra.
Gracias por tener fe en el horizonte. Gracias por perseverar.
Descansa en estas playas y siente que has llegado, finalmente, a donde perteneces desde siempre. Te ofrezco, en recompensa de viaje y por tu denodado esfuerzo, todos los secretos, la paz y la magia de este paraíso que de este momento en adelante, es también tuyo.
¡Bienvenidos, damas y caballeros, a Pedro’s Island!