A saquear
los templos de locura
he de ir
en el momento
en que la luna
sea un filo ínfimo
en el abrazo fluido
de tu oriente
despeñado,
cuando de karmas
y ocultas religiones
mi cuerpo esté
tatuado
y el kaliforme aliento
de tu exceso
inunde mis entrañas
no paridas.
Allí
al final de los regresos
está el ángulo
perfecto
de mi arista
no vencida.