Apocalipsis del ego


Soñé anoche con esa isla

y su gente

que deambula entre escombros

de apocalíptico presagio

suspendida

como prófugos fantasmas

de una pesadilla gollesca

que lejos de enterrar sardinas

las persigue

para devorar

sus cadáveres diminutos

espinosos

y pestilentes

requeridos por el hambre

y la desesperanza de saberse

solos

en medio de un mar de polvorientas cabezas

y excéntricas, mercantiles

foráneas curiosidades

rayanas en insulto

ante la magnitud

de la tragedia

que no tiene cabeza

ni pies

porque es

incorpórea

como un espectro de muerte

que siega

burlándose

del sol que despunta.


Cruzó un perro

y mordió mi sombra

observando

con sus ojos recelosos y tristes

cómo se desvanecía

mi silueta de onírica promesa

desdibujada

sobre el ápice irascible

de una rabia

que data de siglos

de solapado

insolente abandono

mientras como

sardinas en lata

y bebo vino

en vasitos de papel encerado

legados por la burguesía

idílica

de un mito amoral

y salpicado

de la sangre inclemente

de tantas islas

cuyos índices

acusan

la complicidad

del olvido

la complacencia

y el egoísmo

de un universo indiferente

sentenciado en la falacia

de su tardío

altruismo.