miércoles, 21 de julio de 2010

Ecos

(Con audio en la voz del autor)


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Me gusta escuchar

la risa alegre

de los jóvenes

porque se fragmenta

en destellos

de vida

con timbres

de agachada niñez

y amagos de esplendorosa

hombría.


No los veo

pero los intuyo

desde el patio contiguo.


Imagino sus ojos

aún

azorados y limpios

sus cabellos

esculpidos en gominas

solidificadas en posturas

de última urgencia

sus torsos

insoslayables y erguidos

que comienzan

—en alguna ilusión del verano

que apremia—

a echar raíces

en la efímera

ejecución

del rito

que deja fruto y retoño

para luego

devolverlos

al ciclo

ineludible

del observado

que ahora

inevitablemente

observa.


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