
Me dicen
—dicen ellos,
dice él—
que mis versos,
mis versos amados
de ayer y siempre
tienen la esterilidad
ambigua
de la fluidez
prosaica;
que las imágines son como pájaros
—aquí
y allá—
que los nombres antológicos
sólo adquieren vida
en la cápsula
cósmica
de una idea
cautiva.
Me insultan ellos
—él—
despojando de palabras
mis palabras.
Desnudándolas.
Me insultan y me agobian.
—Ellos—.
—Él—.
—Los críticos—.
Divorciando la poesía
de su paisaje terreno;
dándole alas a un verso
que no es
sin la palabra;
cazando su ascenso
que puede perderse
en los barrotes seculares de la forma.
Lástima de verso.
Lástima de poesía ausente
que detesta los pechos de su madre.
Tengo
_dicen ellos,
dice él—
un amor
desmedido y perverso
por la libertad de la estrofa
que viaja
sin destino;
—dicen ellos,
dice él—
y me acusan, entonces,
de un delito supremo
que conspira con la idea.
Yo
concedo mis hombros mudos
a la defensa de los egos
—los suyos y los míos—
y me escudo
en la flor infinita
del tiempo.
Ellos.
Él.
Yo.
Nosotros.
Perdidos en el feudo del estilo...
Lástima de verso con alas
sin paisaje terreno.
Lástima de poesía ausente
que detesta los pechos de su madre.
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A TODOS LOS NAVEGANTES Y NÁUFRAGOS QUE ARRIBAN A PEDRO’S ISLAND
Quien llega a esta Isla, llega exhausto: vapuleado, cuasi-ahogado, confuso; luego de haber navegado o naufragado a contracorriente y de haber escapado las fauces hambrientas del océano inmenso y su profundidad alucinante de cristal, espuma y sombra.
Gracias por tener fe en el horizonte. Gracias por perseverar.
Descansa en estas playas y siente que has llegado, finalmente, a donde perteneces desde siempre. Te ofrezco, en recompensa de viaje y por tu denodado esfuerzo, todos los secretos, la paz y la magia de este paraíso que de este momento en adelante, es también tuyo.
¡Bienvenidos, damas y caballeros, a Pedro’s Island!