martes, 6 de octubre de 2009

Electra


La he visto.


Blanca

como el miedo de una paloma:

pavorreales de viento

transidos a su paso de ola

arrogada en vigencias

de amnésicos tratados

(líquida avaricia de la nada

que abre perfumes ensortijados

e inseguros

flotando en el confín

la absurda amenaza

de látigos a degüello).


El ojo

es prisión de espanto

(pozo de vacío,

espejo de la envidia)

y la suma de los ojos

dividida en hemisferios de boca

es cociente final

de aberrada culpa.


¡Miedo!


Cara a cara

la muerte

habla:

aliento tras aliento

bajo el techo

y las columnas de azufre

(asadores del manjar

único,

palpitante

y ciego)

aritmética de los ojos

y las bocas

(hemisferios del rostro

que mienten).


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A TODOS LOS NAVEGANTES Y NÁUFRAGOS QUE ARRIBAN A PEDRO’S ISLAND

Quien llega a esta Isla, llega exhausto: vapuleado, cuasi-ahogado, confuso; luego de haber navegado o naufragado a contracorriente y de haber escapado las fauces hambrientas del océano inmenso y su profundidad alucinante de cristal, espuma y sombra.

Gracias por tener fe en el horizonte. Gracias por perseverar.

Descansa en estas playas y siente que has llegado, finalmente, a donde perteneces desde siempre. Te ofrezco, en recompensa de viaje y por tu denodado esfuerzo, todos los secretos, la paz y la magia de este paraíso que de este momento en adelante, es también tuyo.

¡Bienvenidos, damas y caballeros, a Pedro’s Island!