
La he visto.
Blanca
como el miedo de una paloma:
pavorreales de viento
transidos a su paso de ola
arrogada en vigencias
de amnésicos tratados
(líquida avaricia de la nada
que abre perfumes ensortijados
e inseguros
flotando en el confín
la absurda amenaza
de látigos a degüello).
El ojo
es prisión de espanto
(pozo de vacío,
espejo de la envidia)
y la suma de los ojos
dividida en hemisferios de boca
es cociente final
de aberrada culpa.
¡Miedo!
Cara a cara
la muerte
habla:
aliento tras aliento
bajo el techo
y las columnas de azufre
(asadores del manjar
único,
palpitante
y ciego)
aritmética de los ojos
y las bocas
(hemisferios del rostro
que mienten).
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A TODOS LOS NAVEGANTES Y NÁUFRAGOS QUE ARRIBAN A PEDRO’S ISLAND
Quien llega a esta Isla, llega exhausto: vapuleado, cuasi-ahogado, confuso; luego de haber navegado o naufragado a contracorriente y de haber escapado las fauces hambrientas del océano inmenso y su profundidad alucinante de cristal, espuma y sombra.
Gracias por tener fe en el horizonte. Gracias por perseverar.
Descansa en estas playas y siente que has llegado, finalmente, a donde perteneces desde siempre. Te ofrezco, en recompensa de viaje y por tu denodado esfuerzo, todos los secretos, la paz y la magia de este paraíso que de este momento en adelante, es también tuyo.
¡Bienvenidos, damas y caballeros, a Pedro’s Island!