lunes, 26 de octubre de 2009

Latitud cero


Cuba desfiló ante mis ojos

como un remolino

girando

en la gangosa negrura

del disco:

como un presagio

de arenas

en el desierto creciente

de las fechas

de nunca más.


Pasó

y no pude beber

de sus aguas de mayo

(pobre de mí

queriendo refrescar

la fiebre

de mis oquedades

en los puros manantiales

de este ensueño de abril)

y no pude detener

los jinetes que olorosos

perfumaban

de caña y tierra

mi árido páramo íntimo

ni tomar por las crines

este mar

disfrazado de puente

que exhala

la memoria dulzona

de aguados salitres.


No pude.

Me impregné de nostalgias.


Pasó Cuba

calmada e indolente;

sus playas eternas

dispuestas a anegar

el hueco laberinto

de mi viejo

corazón.


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A TODOS LOS NAVEGANTES Y NÁUFRAGOS QUE ARRIBAN A PEDRO’S ISLAND

Quien llega a esta Isla, llega exhausto: vapuleado, cuasi-ahogado, confuso; luego de haber navegado o naufragado a contracorriente y de haber escapado las fauces hambrientas del océano inmenso y su profundidad alucinante de cristal, espuma y sombra.

Gracias por tener fe en el horizonte. Gracias por perseverar.

Descansa en estas playas y siente que has llegado, finalmente, a donde perteneces desde siempre. Te ofrezco, en recompensa de viaje y por tu denodado esfuerzo, todos los secretos, la paz y la magia de este paraíso que de este momento en adelante, es también tuyo.

¡Bienvenidos, damas y caballeros, a Pedro’s Island!