
Cuba desfiló ante mis ojos
como un remolino
girando
en la gangosa negrura
del disco:
como un presagio
de arenas
en el desierto creciente
de las fechas
de nunca más.
Pasó
y no pude beber
de sus aguas de mayo
(pobre de mí
queriendo refrescar
la fiebre
de mis oquedades
en los puros manantiales
de este ensueño de abril)
y no pude detener
los jinetes que olorosos
perfumaban
de caña y tierra
mi árido páramo íntimo
ni tomar por las crines
este mar
disfrazado de puente
que exhala
la memoria dulzona
de aguados salitres.
No pude.
Me impregné de nostalgias.
Pasó Cuba
calmada e indolente;
sus playas eternas
dispuestas a anegar
el hueco laberinto
de mi viejo
corazón.
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A TODOS LOS NAVEGANTES Y NÁUFRAGOS QUE ARRIBAN A PEDRO’S ISLAND
Quien llega a esta Isla, llega exhausto: vapuleado, cuasi-ahogado, confuso; luego de haber navegado o naufragado a contracorriente y de haber escapado las fauces hambrientas del océano inmenso y su profundidad alucinante de cristal, espuma y sombra.
Gracias por tener fe en el horizonte. Gracias por perseverar.
Descansa en estas playas y siente que has llegado, finalmente, a donde perteneces desde siempre. Te ofrezco, en recompensa de viaje y por tu denodado esfuerzo, todos los secretos, la paz y la magia de este paraíso que de este momento en adelante, es también tuyo.
¡Bienvenidos, damas y caballeros, a Pedro’s Island!