
De música
gritan
mis oídos.
¡Quiero paz!
Ahora
que he comprado
este pedazo
de soledad
y puedo
morirme
sin que nadie
se entere...
Ahora
en este espacio
de espacios
abiertos
me falta luz:
por demasía
por superproducción
por los altos precios
de la abundancia
y en mi cuarto
huye el aire
(¡huye,
huye el aire!)
buscando estrellas
que hoy
como trescientos otros días
no comprometen
su brillo
con este exilio de mi cuerpo
(y el cielo
saqueado de latitudes
se asome
en seco llanto
de invierno...)
Y Cuba
—¡siempre Cuba!—
clavada
a un costado
de mi aliento.
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A TODOS LOS NAVEGANTES Y NÁUFRAGOS QUE ARRIBAN A PEDRO’S ISLAND
Quien llega a esta Isla, llega exhausto: vapuleado, cuasi-ahogado, confuso; luego de haber navegado o naufragado a contracorriente y de haber escapado las fauces hambrientas del océano inmenso y su profundidad alucinante de cristal, espuma y sombra.
Gracias por tener fe en el horizonte. Gracias por perseverar.
Descansa en estas playas y siente que has llegado, finalmente, a donde perteneces desde siempre. Te ofrezco, en recompensa de viaje y por tu denodado esfuerzo, todos los secretos, la paz y la magia de este paraíso que de este momento en adelante, es también tuyo.
¡Bienvenidos, damas y caballeros, a Pedro’s Island!