El sol es una
olla
vertida
sobre la tierra.
Hay que escupir
y mear el cielo
para limpiar
las huellas feroces
de esta lluvia de sangre
con reflejos de arcoiris
muertos
que cae, cae, y cae,
incesante y espesa
sobre ojos y espaldas
adoloridos,
sin piedad
con la fuerza de huracanes
reprimidos
y hambrientos.
Un pájaro enorme
viste
su vuelo de angustia
y el ocaso se desploma
(por siempre)
a la derrota
del cielo impasible.