Tu pubis enmarca mi rostro. Percibo su olor, inquietante y tibio, como el aroma de la tierra después de la lluvia. Tus piernas abiertas dibujan una M perfecta, con un grano de café oscuro y palpitante al centro. Tu terremoto interior va en aumento, a medida que me aproximo al abismo húmedo y expectante, al punto de no retorno, a ese mismo lugar por donde entrara arrastrado en la propulsión de un torrente de viscosa, ingente, enardecida, proteica pasión hecha río de blanquísima lava...
Ms pulmones se abren al llanto y mis poros, al castigo del aire.
Te escucho sollozar de relajada excitación y esperanzado alivio. Sobre ti, descanso, novísimo y asustado como en la prima mañana luego de todos los juicios. Te siento, te huelo; te escucho más en las venas que en los oídos. Tengo hambre de ti, súbitamente. Instintivamente busco tus pechos. Me pierdo en la aureola, saciando mi necesidad satisfecha en succiones, en buches que inundan mi boca, desterrado como estoy para siempre del agua...
Y dormito, por primera vez, sobre tu vientre...