(Con audio en la voz del autor)
Ordenando viejos escritos publicados y recortes de periódicos para mi extenso dossier, este fin de semana, encontré la frágilmente plegada nota de crítica de una periodista intelectual y de espectáculos de un diario de Los Ángeles (Noticias del Mundo), desparecido hace ya más de veinte años, donde alabando mi intervención en un festival poético local de la época, criticaba —inexplicablemente para mí—, lo esmerado de mi aspecto personal como "nota discordante" (bañado, bien vestido, oliendo bien entre otros que no se habían peinado ni conocido cita con el jabón en mucho tiempo —no imaginen otra cosa—) y el hecho de "haber explotado la inmediata aceptación y el espontáneo aplauso del público para decir un poema más de lo programado, rompiendo así los parámetros establecidos para el evento y convirtiéndose, de hecho, en la 'vedette literaria' de la noche, causando malestar entre el resto de los participantes..."
En aquel momento, guardé silencio.
Hoy, rememorando el suceso con gran orgullo personal, total seguridad interior, absoluto dominio de mis facultades poéticas e histriónicas, una sonrisa de cabrón que se las sabe casi todas y doctorado ya en todos los vedettismos posibles, escribo, prescindiendo de toda falsa modestia y echando mano a una buena dosis de humor:
Me gusta que me admiren
que me aplaudan
que me lleven en brazos
sin tocar jamás
el suelo.
Me gusta mostrar mi cuerpo de estrofas
en los escenarios
donde se cotiza
alta
y sostenidamente
la mentira
de lo bello.
Sé decir
bien
las cosas
y sostener
con aire estelar
el micrófono
de mi propio
devaneo.
Puedo bailar
entre metáforas
de gasa
y pasar provocativamente
símiles de lamé
—como boas encendidas—
entre mis muslos
y mi pecho.
Si otros por ahí
compactan
y rebanan desafueros
¿por qué no podría ser yo
vedette de gran intelecto
si lucen mejor las letras
con rasos
plumas y velos?