Presiento
desde tu entraña montañosa
el dolor profundo
aguerrido
de tu gente
desprovista y cansada
escalando
las cordilleras de escombros
y la ruina amarga
de lo poco que fue
y de lo que nada
queda.
Soberbia tu vena
africana
matizada
de Francia tricolor,
cobre taíno
y roja España
en la distancia
de aquella alborada
de barcos negreros:
escorbuto
plantación de palacete
y esclava corte
en el escarpado monte
cafetal sombrío y hosco
donde se dejan las manos
y fragmentos
de la piel que huye
caña de azúcar
que hiere y se pega
como aguamala
de verdes tentáculos
flexibles
al viento
y el látigo
certero y ceñudo
surcando en escarlata
espaldas anchas
como plazas
sobre hombres
oscuros, viriles y hermosos
como troncos de árboles
y mujeres
tan esbeltas y altivas
como palmas de azabache
empinadas
contra el azulísimo cielo
que baja
desde tu cima más alta
a bañarse
en las aguas
del Caribe
de crepúsculos
que testimonian tu abolengo
de isla predilecta y rebelde
forjada en fuego y sangre
de aspiraciones perdidas
una y otra vez
en los senderos
de una historia difícil
y traicionada
por múltiples reveses
y mezquinas
maquinaciones.
Te veo martirizada
y llora mi vergüenza
y con ella
mis recuerdos de Cuba
esa hermana mayor
emparentada por mutua geografía
de donde avizoraban
a su extremo oriente
tus luces
y se escuchaba
en rítmico repique
tu ardiente llamando
a la tumba francesa
en noches
de clarísimo silencio y lenta madrugada
cuando desovaban
en la solitaria arena
las tortugas con carapachos
como joyas labradas
de jade y ébano
y dormitaban los delfines
bajo la luz sutil de la luna
que hoy te ofrece
sin reservas
su techo de aire
como única morada
legada
al desconsuelo
repetido
de tu tristeza.