Ela Lee está más allá de todo lo real. ‘Monstruo apacible’ la llamé alguna vez en el verso de un poema que le dedicara. Nunca me ha aterrado más, por certera, la esencia de esta afirmación.
Leyendo su poemario cree mi mente evocar reminiscencias de otras lecturas. No sé por qué, la leyenda del Minotauro, aquella que recreara Borges en las páginas de El Aleph1; o tal vez, incluso, el dejo sereno y místico de algunos pasajes en la obra poética de Sor Juana Inés de la Cruz, y aún, de la fe manifiesta en los escritos teológicos de Santa Teresa de Jesús.
Los viernes lloro y, el sábado sale el sol (segunda edición: GOSS 183::CASA MENENDEZ, 2009, 70 págs.; primera edición: Media Graphics 1991, 74 págs.) es, en el tono de su armonía más original, un himno de íntima e intensa reflexión filosófica.
Prescinde, literariamente, de todo aquello que le es excesivamente superfluo, forzado o engorroso, aquello que simplemente adorna y acapara el espejo:
Cuando el azogue
no convocó a los muertos
y las palabras
al numen de la esfera
la luz irremediable
fue tangible
sola y esbelta
esbelta y sola
sola2
En este poema, como en el transcurso del libro, la ausencia de signos de puntuación es sustituida por la escultura del lenguaje en parca y eficaz utilización del ritmo prosódico en sinalefas que la perfilan y la hacen no sólo lógica, sino musicalmente audible:
solayes/bel/ta
esbel/tay/sola
so/la
Excepciones hay en sus páginas, donde se precipitan al rescate oportuno de una idea que fluye, de algún adjetivo suicida que luego pende, en grácil balance cincelando aristas y apuntalando esas grietas que amenazan la obra de todo artista, por dentro, con amagos de polvo y caos de fragmentada verticalidad.
Paralelamente –como causa, no efecto de este proceso voluntario de escisión de elementos inútilmente artificiales en la elaboración del poema- se gesta desde el inicio del poemario la esencia del planteamiento filosófico y místico que lo sustenta: el desprendimiento de lo material –y por ende, de lo imbuido, de lo innecesario- a cambio del privilegio a la adquisición de otra realidad tan azarosa como original; más equilibrada y purificada –decantada- de contactos con el plano físico (consecución de la gnosis mediante un ejercicio de misticismo personal casi ascético, reminiscente del practicado por los sofistas en los primeros siglos del advenimiento de la doctrina islámica; concepto y modus vivendi, por demás, irreconciliables con el pseudo-agnosticismo de las sociedades de consumo capitalistas o con las pautas y fórmulas del materialismo dialéctico y ateo de corte marxista). Nos guían así sus primeros versos:
Recobrada soledad
flor de mi tiempo
puerta al milagro
a barlovento3
El adjetivo, antepuesto al sustantivo, subraya tres posibilidades que convocan a una misma realidad para la autora, a saber: soledad reconquistada –acto voluntario, de rebelión y desprendimiento consciente para arribar a un estado anhelado-; soledad devuelta y aceptada –acto inferido que depende de una reacción de aceptación voluntaria-; soledad impuesta y acatada –acto fortuito y circunstancial; por inesperado e irreparable lo recibe involuntariamente aunque de él se nutre en un acto de resignada fe que corrobora este verso: flor de mi tiempo: esencia, situación precisa temporal de un momento, signo o designio que le ha tocado vivir en una etapa señalada. No preciso, sin embargo, si mi tiempo se refiere, singularmente, a la circunstancia personal y específica en que vive la autora o pluralmente, al período histórico en que se inserta la misma con todos los factores externos que lo conforman e influyen.
Puerta al milagro: refuerza ese complemento la noción de que la soledad, como estado –sea físico: singularidad e independencia del individuo en sus actos de volición; sensorial y transitorio: las horas de silencio, la noche, el sueño, la disociación psíquica en un momento dado; o espiritual: introspección y catarsis, sublimación sistemática del ente que logra asomarse al umbral de otras realidades tal vez más permanentes y habitables, sólo, en el dominio de otras esferas –es deseable, e incluso imperativa para la consecución de otros estados más difíciles de alcanzar. El milagro, sin embargo, no siempre se produce. Quedan entonces, soledad y milagro, a los rigores del azar o de la disciplina interior; a capricho del instante en que ambos planos coinciden y se establezca un puente: a barlovento.
La estructura del libro está dividida en seis partes: Borges, Vanas, Amante amigo, Soy, Quimera y Regreso. Es notable señalar que cada sección es un universo contenido en sí mismo, integrado, no obstante, a la totalidad de un cosmos literario y filosófico orgánicamente concebido y ejecutado que se extiende hasta el límite permitido por la tensión de su urdimbre. Luego se deshace, mutilado y transido –¿por voluntad del lector? – en proteico mosaico de astralidades que, furtivas, huyen, se repelen, chocan y reagrupan, resaltando la importancia del poema como génesis que rechaza arbitrariedades divisorias y proclama la victoria de su individualidad sobre amalgamas y moldes artificiales. Priman, entonces, lo sentido y lo hermoso; lo musical; sobre la entraña pensada que da vida a los versos:
Hay ¡tantas más!
grabadas, y en espera
Búscalas
define sus deseos
de encarnar
las variantes
a tu paso
Como la estrella
que en rasgo sorprendido
alumbra la metáfora en la noche
y cae prisionera de su instante4
Hay un dejo de soliloquio intimista, de esperanzado desconsuelo y agachada desolación en cada página de este libro. Cada poema, un camino sangradamente recorrido; y, sin embargo, reluciente y pulcro en la limpieza de sus sendas y la claridad aterradora de sus resonancias:
Sobre el papel
apenas se adivina
del rasgo y la Sonata
Queda un fulgor
del muro, que responde
lejanamente…
como macizo acorde
al concierto de luz
sobre la tarde5
Nostalgia, tal vez, de un tiempo de símbolos ya ido o que nunca fue porque lo dejamos pasar, indiferentes y mudos; confiados del azar:
A ras del suelo
magnificencia suma
del cemento se yergue
Se burlan del apego
las bulldozers
presente
Se nos roba el recuerdo
se nos taja la historia
se nos deja, sin sombra6
Y del soliloquio, un grito; una queja, un eco avisador que sacude las complacencias del dolor, truncando sus peñas y haciendo trizas la soledad al referirse a los más inocentes:
A ellos, sólo a Ellos
a lo precioso de la vida
amaneciendo
¡Salvar! salvar
al ojo nuevo
que imanta las visiones
siendo lego7
Grito aquietado, luego, empáticamente8 transfigurado en sentir propio, en transmutación de terrible pluralidad adulta; de amargo devenir. La prosa escogida nos hace sobrios, de golpe. La poesía, sobre el alambre, posada con los cuervos, llorando la suerte de un hombre que muere:
El joven me contaba sobre su amigo. Su relato me enajenó. Pensé en ese amigo. Me sentí él. No tener dónde meterse, estar enfermo y, contemplar a los 3 cuervos posados en el alambre, sobre un fondo gris y frío de la tarde en febrero.
Se va muriendo del AIDS
el joven, como apestado…9
Atributo suyo –mujer de alma esmerada – es su manejo asombroso de la prosa poética –hasta derivarla en poema – y su respeto, casi devoto, al valor en seco de la palabra, a su poder singular y devastador que embellece y desgarra. Debe a Martí y a Borges, quizá, la disciplina de ese culto. Paz10 está en otras partes, silueteado en algún espejo, perfil evanescente que luego se esfuma. Quien aflora es ella, Ela Lee: ímpetu domeñado; flagelo y exégesis de las sombras que se proyectan desde otros siglos.
Tobillos y brazos mecen
la melodía en mi cuerpo
Cabellos y gasas sueltos
mis ojos, no los defiendo
¿A quién obedecí, que hoy obedezco?
Dialogar es hecho milagroso.
Eran ojos negros y crueles. El rostro joven,
La tez: marfil-bronceado. Fina barba y patillas.
Recogiendo los cabellos, alto turbante de seda.
¡Tan rápido! que asemejó, ser la ilusión de algo visto.
Mas, he visto sí, a lo largo de los sueños, he visto
correr caballos, montados por mil jinetes. Y, otra vez,
una cara se acercó y me rozó la mejilla, como si fuera
mi dueño y viniera desde afuera.
¿Qué hice yo, con el pasado?
¿Cómo consumí mi tiempo?11
Fina pieza de aplacado erotismo y ardiente duda. La metáfora, en su hacer , va por dentro, como los sueños mencionados van por debajo de la realidad y la saturan, para hacerla rezumar bellezas inusitadas y tercas angustias.
No me corresponde –no me fustigan ni el deber ni el derecho a hacerlo – revelar el mítico universo de Ela Lee. Su intimidad, que ha ratos he vislumbrado, es compleja e inquietante por cuanto en ella son inaplicables la lógica y el empirismo que nos atan a este plano, y sólo las indicaciones –eco descartiano – son verazmente válidas en esta frontera donde roza, sus circunferencias con la nuestra, el auxilio de otras esferas.
Sabe ella abrir las puertas y traspasar los umbrales. Llaves me ha prestado para que ensaye un atisbo. Llaves he encontrado, en el quehacer de mi propia soledad. No es, sin embargo, tarea del verbo explicar si las llaves giran a la derecha o a la izquierda en las cerraduras. Podría por ejemplo decir Hafiz, y aún las llaves no penetran. Lo mismo ocurriría si invocara el nombre de Abderramán III, o el habitáculo donde por años trabajó su maña un ebanista; o la roca, donde cada sábado, jugaban dos niños salpicados por el mar. ¿Qué puertas abre, la historia de un viejo libro, recogido en furtivo regreso a una ciudad querida y fantasmal?
Oro; oro bruñido: cuello de alabastro amenazado mil y una noches por el filo de una media luna; gemas, en los empedrados de Bagdad y en las ojivas del palacio de Aladino. Aire, verdor y polvo en la nostalgia de una ayer tropical y limpio. Sueños y diálogos. Visitas de los que se fueron… Torneadas celosías.
Persia y su poeta que duerme…
Girando, ¡tantas llaves!
a mi avidez que urde
como un cuento los signos
y la cifra que abre
Interior de un mosaico
amatistas y luna
en desvelos se miden
el final y la cuna
(Repetida nostalgia
para una sombra)12
Notas
1 Me refiero aquí a la casa de Asterión
2 A Jorge Luis Borges; Los viernes lloro y, el sábado sale el sol; pág. 12 de la primera edición y pág. 4 de la segunda
3 Para: febrero de 1989; op. cit.: pág. 3 de la primera edición; sin número, después de la página titular en la segunda edición
4 Cuatro o cinco, no…: op. cit.; pág. 14 de la primera edición; pág. 6 de la segunda
5 Sin título; op. cit.; pág. 22 de la primera edición; pág. 16 de la segunda
6 Fantasma, la arboleda…: op. cit.; pág. 28 de la primera edición; pág. 22 de la segunda
7 Sin título; op. cit.; pág. 50 de la primera edición; pág. 46 de la segunda
8 Tomo prestado el vocablo del inglés empathy, castellanizado como empatía. Usado aquí como adverbio.
9 Oro por ti, muchacho…; op. cit.; pág. 45 de la primera edición; pág. 41 de la segunda
10 Octavio Paz
11 Sin título, op. cit.; pág. 59 de la primera edición; pág. 55 de la segunda
12 Contados… al interés del oído; op. cit.: pág. 57 de la primera edición; pág. 53 de la segunda. El último fragmento o acotación de este poema da título apropiado a esta reseña
(Publicado originalmente en La Nuez, revista de arte y literatura; Nueva York, Año 3, N o 7, 1990. El presente escrito contiene correcciones y ligeras modificaciones con respecto al original).
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Book cover photo by Pedro F. Báez