Podría hablar de mí
pero voy a hablar
de la noche.
Ella y yo somos
desde siempre
la misma historia:
cómplices implícitos
del hambre
que ceba de horas
la cosecha del insomnio
cuando el tiempo
desterrado en una elipse
es apenas el esbozo
de una espiral trunca y severa
y el reloj de arena
desde los laberintos
del silencio
—sofocado y antiguo—
contempla su vacío de vidrio
existencialmente infinito
en la magia dehiscente y absurda
del espejo que rechaza
la quimérica imagen
sin volumen
ni masa
ni rostro.
He de pedir
a la noche
un lugar
donde exilar mi sueño
un refugio
donde los ratones
no puedan roer
los dedos niños
de la espera
ni colmar las alacenas
con acopios agoreros
de polvo y fragmentos cristalinos
de cometas...
Más que de una almohada
preciso
el muelle seno de una ola:
algo blando
donde hundirme
sin temor a tocar fondo:
caballo acuoso
con crines de luna
corcel de agua
que cocea espectros.