(Con audio en la voz del autor)
Ya comidos los turrones
queda la meta del vino
y con el vino los dolores de cabeza
de un año que se larga
sin la simple o remota decencia
de pedir permiso
(como quien va deprisa
y anónimamente
al retrete).
Tuve anoche una visión
de vómito agolpado en las sienes
(de esas claridades paranoicas y calvas
— redondas
y transparentes
como la fábula de un Santa Claus
circunpolar
gravitando en trineos atiborrados de capitalismo
made in China—)
mientras el mundo manejaba
con lazos de papel dorado
pegados a sus techos movibles
con claraboyas de vidrio ahumado
desde donde rascabuchar
— sin herir la pupila—
la cara vellosa y púbicamente vaginada de la luna
como quien arrastra sin saberlo
el bochorno a gritos
de un pedazo de papel higiénico
visible
pegado a la suela del zapato
—no importa si sucio
como los bancos
con préstamos hiperinflacionarios
o limpio como el ideal
del supuesto Alumbrón nazareno
con bombilitas de colores guiñando
desde el calculado
histriónico ángulo de un pesebre
adulterado de oropeles —.
Navideño
ritual derroche
con bolsillos pendientes y flacos
como paréntesis o globos desinflados
que piden a gritos
una infusión de antimateria
más allá del alcance
de los dispensadores automáticos
o de las billeteras con olor a sudor o a cerveza
o a macho que soba frustrado
la hirsuta redondez
de sendas lunas testiculares.
Será la Noche Vieja
cómplice de antiguas voracidades
embotada en oleajes de champaña
con espumarajos de comprometida bagatela
y bocaditos de queso con jamón y membrillo
sobre tostadísimas orejas de niños africanos al dente
y huérfanos de todo recurso
cuando entre convulsiones de rap
enfundado en aculturado prepucio
y vieja altivez hemofílica de anfitriona música palaciega
se vaya el 2010
como putón estrafalario y risible
irremisiblemente manoseado
con los pezones exangües
oscilando
en sifilítica danza
de estertores.