jueves, 24 de septiembre de 2009

Día de Obatalá, o la Santísima Virgen de las Mercedes





Deidad primera y antecedente de todo lo que existe, según las tradiciones africanas y afro-antillanas. Ser Supremo, Trono de Dios, Rey vestido de blanco, Guardián de la pureza y Patrón de los Minusválidos. Encarnado en el sincretismo católico-afro-antillano como la Santísima Virgen de las Mercedes, Patrona de la hermana República Dominicana y altamente venerada en Cuba y todo el Caribe por la bondad de su espíritu, lo ideal de su maternalismo y sus reportados y asombrosos milagros que son relatados de generación en generación. Bendita seas en cualquiera de tus encarnaciones y manifestaciones terrestres. Alabada seas en tu día y que tu paz, tu mano protectora y tus gracias y mercedes infinitas estén con nosotros por siempre.



Jesús Lozada Guevara: 30 años después




Nos dejamos hace treinta años. No mediaron ruptura ni palabras finales. Sólo un paréntesis que se ha prolongado todo este tiempo, paralelamente; en dos universos disímiles y a la vez, necesitados de los mismos factores y carentes de los mismos elementos espirituales y afectivos.

Tal vez hacia el final nos separó un poco aquella fase de fervor religioso desbordado que a mí me chocaba y me llenaba de sentimientos de culpabilidad y pecaminoso arrepentimiento. A él le escandalizaba lo excesivamente obvio de mi carnalismo y la casi abierta ostentación de mi orientación sexual en u país tan cerradamente machista y politizado como lo fue la Cuba de los años '70.

Discutíamos con pasión y a gritos, en ocasiones, porque éramos intelectual y psicológicamente un binomio única y raramente capacitado, motivado y complementado para enfrentarnos y aprender el uno del otro sin conceder un ápice aparente de nuestras posiciones respectivas y puntos de vista. Hubo también momentos –muchos– de pura delicia creativa, comunicativa e intelectual, cuando pasábamos una tarde entera, el uno muy cerca del otro, intercambiando impresiones e ideas sobre lo experimentado con la lectura de un libro o simplemente dejando correr nuestras imaginaciones por los caminos de la posibilidad en ascendente, galopante onirismo aupado por nuestras aspiraciones y por la energía de nuestras entonces bullentes juventudes.

De él admiré siempre su pasión y su disciplina quasi religiosa para aplicarse a los estudios o a cualquier tarea o meta que se trazase. Era también incansable en la consecución de recursos y conocimientos que le facilitaran la realización de cualquier proyecto o idea que le ocupara. Físicamente me agradaban sus ojos almendrados, casi asiáticos, su nariz breve llena de pecas doradas y su boca carnosa, como de mujer. Pelo rebelde y casi siempre en hermoso desorden. Cuerpo joven, de adolescente de 15 años, –e incluso menos cuando nos conocimos unos años antes–.

Luego de su propia persona, el atributo más apreciado para mí en Jesús era su familia, que fue mi familia todo el tiempo que fuimos amigos. Sus abuelos, Generoso y Libia, eran personas completa y maravillosamente no de este mundo, porque son de esa clase de seres irrepetibles y queridos de los que sólo nace un par por generación para cambiar las vidas de aquellos que los rodean, como pasó conmigo. Eran –¿son?– ellos risa y aprendizaje, humor y solemnidad, generosidad y patrón de conducta. Generoso narraba todas sus historias de juventud y de su estancia en México haciendo radio y nos hacía reír con sus chistes y sus ocurrencias y con sus anécdotas de la farándula cubana y mexicana, sobre todo anécdotas de Rosita Fornés, que era nuestro ídolo artístico común. No en balde Jesús otorga respeto y rinde culto a la oralidad. Su abuelo fue, sin lugar a dudas, uno de los grandes narradores orales de esta tradición –por llamarla de alguna forma– en Cuba y posiblemente en toda América Latina.

Libia era menos efusiva y mucho más pragmática, pero tenía en sus ojos grandes, detrás de los cristales de los espejuelos que constantemente ajustaba para que no cayeran de su nariz, todo un universo de amor y maternalismo, sobre todo para Jesús, que era su gema, su demiurgo, su todo. Cocinaba exquisita y milagrosamente. Milagrosamente porque en la Cuba de este período del cual narro la situación del avituallamiento diario era precaria y sólo los contactos y las compras subrepticias en bolsa negra aliviaban el racionamiento de víveres y la escasez generalizada de productos básicos de la canasta alimentaria nacional. Por ella conocí y aprendí a apreciar el complejo e insospechado gusto del casabe, las tortas de yuca secas que al remojarse en agua salada adquieren un gusto y consistencia exquisitos, sobre todo si sobre ellas se sirve una porción bien sazonada de picadillo de res o tasajo, Con Libia también aprendí del cultivo de las orquídeas y de las violetas africanas y por ella también me enamoré para siempre de la flor y del olor del estefanotes –llamado por ella flor de cera–.

Jesús tiene dos hermanas. Ellas y sus padres eran muy inteligentes, amables y efusivos entonces, pero mucho menos accesibles; más distantes. Pertenecían a otra dimensión, a otra galaxia completamente diferente de la nuestra. Éramos Jesús, sus abuelos y yo, como en la historia de Los Tres Mosqueteros.

Todo el período de la Escuela Formadora de Maestros que compartimos fuimos inseparables, literalmente. Se nos unió por este tiempo su primo –descubierto al azar por lo del apellido– Orlando Lozada. Orlando fue también mi amigo pero aunque compartíamos ciertos gustos e ideas, nuestra amistad nunca rebasó el plano de las superficialidades y la jodedera. Orlando, fue, además, desleal y aprovechado y en más de una ocasión nos defraudó tanto a Jesús como a mí.

Hace escasamente un mes he vuelto a dar con Jesús, mi amigo de juventud. Azarosamente, buscando entre las bitácoras (blogs) cubanos de la Isla que no estuvieran atados a la política de una u otra vertiente, di con éste, que me saltó a la vista como un sapo gordo y cantor: Archipiélago de la Palabra. Juro por mi madre recientemente fallecida que automática y repentinamente pensé en Jesús. Un par de minutos después, con total asombro, comprobaba mi corazonada y no daban crédito mis ojos a lo que leía: "... esta es la página de Jesús Lozada Guevara..."

Dejé de respirar y el corazón latió desacompasado por un momento largo, incrédulo y dichoso. Escribí una nota en los comentarios de su última entrada al no encontrar otra manera de llegar a él. Anteayer obtuve respuesta –bellísima, sincera, pública respuesta en una nota a los ojos de todos– y espero que de ahora en adelante mantengamos y ampliemos los vínculos afectivos e intelectuales.

Me preguntó una conocida, al contarte de mi felicidad: "¿Y qué tal si es comunista?"

No me importa. Si no ha matado ni denunciado ni hecho daño a nadie (y estoy seguro de que no ha hecho nada de eso, porque el Jesús que conozco es tierno, amoroso y bueno) no me importa cuáles sean su credo político o su religión profesa.

Lo he hallado de nuevo y no quiero que se vuelva a desleír en la distancia, la indiferencia y el olvido. Lo quiero y lo necesito no porque haya sido parte de mi pasado y de mi juventud, sino porque desde siempre ha sido parte mía y ahora que regresa a mi vida noto que es menos amplio este hueco de soledades y ausencias que llevo por dentro.

Fotos propiedad de Jesús Lozada Guevara






Image by FlamingText.com

Photobucket





Image by FlamingText.com
Mi foto
La Habana, Cuba, Los Ángeles, Estados Unidos
Nacido en La Habana, Cuba, el 3 de diciembre de 1960. Emigra a Estados Unidos en 1980, a través del éxodo masivo de Mariel. Ganador de numerosos concursos de poesía, literatura y ensayo en Cuba y Estados Unidos. Publica su primer poemario, "Insomnia" en 1988, con gran acogida por parte de la crítica especializada y el público. Considerado por críticos y expertos como uno de los poetas fundamentales y representativos de la llamada Generación del Mariel junto a Reinaldo Arenas, Jesús J. Barquet, Rafael Bordao, Roberto Valero y otros.