Rosas abiertas
al destierro insomne
que pende de un hilo oscuro
y antiguo.
Rosas nocturnas de barro color.
Verde clorofila de silencios
privados.
Florecer es arrancarle
su plumaje de iras al viento,
negar las manchas acuosas del sol...
Atreverse
en esta quietud de espantos,
rosas,
es inmolar el suspiro de la aurora,
es condenar al crepúsculo
en áureos mataderos
donde la sombra arrastra
el pavorreal adormecido
de cien paisajes robados
a la luna.
Rosas de noche que sonámbulas
caminan
por los ecos de la fragancia,
un vestigio ha de haber
de compasión
antes de arrancarle los ojos
a las estrellas de tantas puntas mentidas,
y entre puntas (tal vez)
una espina lejana
recuerde
el rojo mortecino
de una metáfora
al suicidio o
al crimen
de un poema
imperfecto
de amor.