
Lo bello.
Simplemente.
Bello.
Ese hombre
que delante de otros hombres
escupe
tu sombra en la calle
anoche
fue tu amante.
Él, que de fino brazo pasea
ayer dejó en tus brazos
la promesa de su cuerpo
la humedad de su silencio
el mareo
de sus muslos
erigidos
como templos.
Ese hombre
mesurado y recio
juró que tus noches
eran su triunfo
ayer mismo
entre queja y beso
entre aire y boca
en la selva
tibia
de tu pecho.
Ése que pasa
sin conocerte
que simula
asco
que se asombra
y se burla
en la perfección
de su empeño...
Él
volverá esta noche
pedirá tu indulto
besará tus manos
beberá tu aliento
secará tus fuentes
saciará sus ansias
rociará tu centro.
Ése
que de día te condena
cada noche
te regala
lo que niega.
Árbol solitario y negro
en la oscura noche.
Desnudos brazos
dados
al sórdido placer
de viento y lluvia
lluvia y fango,
fango cuarteado
en soleada,
seca,
aprisionante parsimonia
que asfixia
castiga y quema.
Viejo árbol
besado de lunas
y eólicos misterios,
parido en generaciones
innumerables y esféricas
florecido en marzo
y ahora triste
en gélida parcela
de creciente invierno
y lenta,
fétida podredumbre...
¿Volverás la próxima primavera?
Enamorado estoy.
No busques al este
ni al oeste.
Volvería a alimentarme
de nuevo
si en tus pechos
no hubiese
kilómetros de distancia
años-luz de olvido
fracciones infinitas
de periódico rencor.
Volvería.
Un día.
No busques al este
ni al oeste.
Enamorado
madre
de ti.