(Con audio en la voz del autor)
Llueven ayeres y memorias anegadas
esta tarde
apenas esbozada
en los ojos que de tanto escudriñar
se evaporan.
Pace el silencio
en el brillo de los charcos
y en la aleación de oro y fango
de hojas fracturadas
por la meteórica
sociopática insistencia del cielo
que impasible
se mea
en la cara del tiempo.
El tiempo
empapado de liturgias
hace abluciones con tardío empeño
tras la silueta erecta y masculina de la tarde
— tímida
vulnerable
mariconamente teñido de grises —
en furtivas
intermitentes
pálidas fulguraciones
de satinada sombra
que en vestigios persiste
aferrada al rostro obliterado de la melancolía
en cuadrículas de quirúrgica
cosmética urgencia
que presagia ocasos de piel
sin reincidencia posible.
Sobre reflexión de vidrio
gotea a la inversa el alero
delineado en viejos óxidos
en ramas que penden
y parecen esfumarse
en un pájaro
aterido y emplumado de aguas
que pisciforme se desliza
en vuelo de insondables
transparentes latitudes
hasta el piso.
Sucede así la sublimación del sentido:
transmutación alquímica
de minutos sensatos en horas alucinatorias
en decantación filosofal e inequívoca
de lo arcanamente posible
en elíxir de plausibles
galvanizadas dendritas:
revelación de que
estamos
inapelablemente
solos...