Ofreció
su cuerpo virgen
de breve contorno.
Sintió
su rudo abrazo
y creyó morir.
Quiso respirar
pero fue penetrada.
Se entregó al mar bravío
que la hizo
suya.
Ofreció
su cuerpo virgen
de breve contorno.
Sintió
su rudo abrazo
y creyó morir.
Quiso respirar
pero fue penetrada.
Se entregó al mar bravío
que la hizo
suya.
(Active si desea escuchar este poema en la voz de su autor)
Este seísmo interior que me despeña
que me trae pánico estupor y abierta duda;
que me doblega y me pone de rodillas
mostrándome frente al espejo:
desprovisto, solo y desnudo
como el día distante y milagroso
de mi origen.
Miedo arrollador maquillado de intensos rubores
y acuciante, meretriz urgencia:
cosquilleo del ente que pugna por nacer
de árida entraña en abominable,
parturiento trance
de obscena gestación y errada lógica viciada de logaritmos.
La muerte y sus ritos lamen la oreja
tocan el pecho
podan intrusos las alas del pensamiento;
lamen sin reserva la llaga abierta del ego depuesto y desterrado
a una esquina inconsolable del absurdo
transmutado en refugio.
Viejo puente podrido
de mudo ayer y
reprimida sombra...
He de llorar
naciendo de mí mismo
en el parto infalible
de todos los espejos.
(Con audio en la voz del autor y música de fondo)
María Luisa Antuña
Camagüey, Cuba, 1929 - Miami, U.S.A., 2011
A ti, querida Luisa (inolvidable; insustituible Yiya Matraquilla), que fuiste fiel amiga y a ratos, madre. A ti, Yazmín, que eres mi hermana desde siempre, por tantas razones y por tantos momentos compartidos... A ti, Jorge, que eres como un hermano, pequeño y frágil, aunque seas hombre.
Viene el adiós desde adentro
desde ese rincón sagrado
donde el amor muerde las riberas del miedo
y la calma se hace lava que desemboca en los ojos
y el corazón abandona el pecho
para dejar un cráter de ausencia
que no consiguen llenar ya nunca
ni océanos ni terremotos ni tiempo...
Renuncio hoy a la tristeza
para recordarte en lo soberano de tu risa
en tu voz alta y sonora de mujer fuerte
de cubana recia
de camagüeyana que parió sus hijos
frente al parque de la iglesia
con Yazmincita y sus bucles de oro
y Jorgito breve y sus piernitas
de Pinocho pálido...
Renuncio a llevarte en el recuerdo
con el rictus final de la desesperanza
desleída en silencios intranquilos
y en los sopores aliados de la morfina que te sueña.
Te llevo, en fin, en brazos
apretada contra el pecho
como quien lleva a un niño o una niña
recién nacidos y tiernos...
¿Y por qué no
si en este instante eres
renacida al tiempo
y a la eternidad de la memoria?
(Reposición ahora con audio en la voz del autor y música de fondo)
Sobre la frente
el húmedo óvalo de un beso único.
La muerte
—matrona excelsa de viejas cábalas—
estrena sus alas en inalcanzable vuelo
de idílica danza interminable
que presta harapos de sueño
al desnudo lastimoso
de las dalias ya marchitas.
¡Paz!
Tranquilidad
desolada flotando en la yerta
sombra...
Belleza terrible de umbría amenaza
confundida en morbosos trazos
de imaginación y desesperanza.
Del otro lado de la puerta
reposa
la calma absoluta e
en su dominio estelar
sin flores
ni montañas
ni cerraduras
bajo el reflejo en tangible escrutinio
de cálidas lunas
solitarias.
(Con audio en la voz del autor)
Para quien no lo sepa ya, me enfrasco en estudios para certificarme como Consejero de Vida (Life Coach) que, aunque disfrute inmensamente, me quitan el tiempo para pasearme y dejar comentarios como antes en sus páginas. Debo completar lecturas, analizar, conducir y evaluar casos de estudio e interactuar diariamente con mis compañeras de clase (soy el único varón en un grupo de 55) a través de correos electrónicos y foros de internet, así como estudiar y adaptar métodos, modelos y herramientas de estudio y de intervención. Cada vez que tenga un tiempo, me llego hasta sus casas para verlos. A todos los extraño. A todos los quiero. En todos confío para que me den alientos, buenos deseos y energías en el camino.
Con el cerebro
dando duro de nuevo:
tripa pensante.
(Con audio en la voz del autor)
En ti me pierdo.
Con mis dedos, te beso.
Con mis uñas, te exploro.
Con mis plantas blancas, te respiro.
Con mis poros, te siento.
Con mis venas, te escucho.
Con mis pies, ¡oh, Madre!
¡me estremezco ante tu grandeza de templo...!
Bellos
en su intimidad
los momentos
que de ti recuerdo
y te traen a mi alcance:
claras
felices horas
de tierno asueto
y pasional desafío
en fusión casi serpentina
en hambre insaciable
de nuestros cuerpos
y nuestra locura
que en la semiluz
buscaban
el complemento,
el alivio
la razón justificable
de función contra deseo
—viceversa
indefinible—
de la sed inapelable
de una entrega
sin indultos.
(Con audio en la voz del autor y música de fondo)
El árbol navega en el viento
todas sus velas henchidas
velamen de lonas verdes
y amarras de clorofila.
Vuelan las flores truncadas
como gaviotas marchitas
corolas de plumas muertas
picos de tallos sin vida.
Yacen yertos sobre el suelo
como perlas desvalidas
los frutos que en sus mortajas
traen por dentro la semilla.
(Con audio en la voz del autor y música de fondo)
Rompe el milagro
ofreciéndose al cielo
verdeante y altivo.