(Con audio en la voz del autor)
Rizados
—como africanos—
tiene cabellos el mar:
líquida marejada de crespos
—pasa azul que bailando
se agita—.
Tiene mi Isla
los ojos
del color de la palma
la sonrisa amplia y soleada
como la áurea curva de un plátano
y la entraña parida de pueblos pesqueros
y de penínsulas que fugitivas
buscan alivio en el mar que las penetra.
Tiene mi Cuba cuerpo de mulata:
cintura fina y trasero empinado de Sierra Maestra
cara de puta blanca en una Habana
que sin dar más, aún se revela
impúdica y hermosa como una cortesana
de excesivos trasnoches y despatarrada entrepierna.
Tiene mi tierra hombres
erectos y flexibles como la caña
y mujeres que llueven —suspendidas—
en la fertilidad del subsuelo
pechos redondos como cocos —o como perlas de cobre—
penes —como delfines—
ensartando sortijas de agua.
Es mi Isla un animal
que pulsando
se desplaza
—aguamala a la deriva por dentro
y por debajo de los cuerpos—
insidiosamente amante
rabiosamente invisible
como un veneno que codifica
en coágulos seculares
la espera...