1985-1986
... Y me dijiste
aquella tarde
en la conjunción del mediodía
con las horas huecas de la tarde...
Me hablaste del origen
astral
de las largas letanías
bebidas en copas
de silencio,
y de los pozos
insondables
de Virgo,
y de los caballos piscianos
hechos a la mar
en oleajes de champán
y vómito cósmico.
Hablaste.
Dijiste.
En el viento suave
de la tarde
reciente
dominada
por los signos del aire,
en la suavidad testicular
de Sagitario fálico,
cuando Tauro se llevaba
el Sol
ensartado en las astas
como mundo herido de mortales
presagios,
y el espejo de Géminis
daba luz mortecina y fría
al universo invertido de Cáncer
escrito en un reloj de arenas
antiprogresistas...
y antediluvianas...
Hablaste y hablaste.
De los comunistas
y de la calma capricorniana
de sus planes quinquenales
(a esta hora de la tarde
confundida con otras horas,
y otros husos horarios,
y otras latitudes donde
--ahora mismo--
la gente hace sexo
bocarriba,
y se muere de risa
y de ataques al corazón
y los niños lloran
porque medran el futuro,
y la abuela seduce
al hípico italiano
para que inyecte
con vida
la traposa realidad
de sus ubres pendulares).
A esta hora tú continúas...
conversando del vestigio de tus años,
de la belleza grecomorisca de los cuerpos
que pasaron por tu cuerpo
y por otros cuerpos
de tantos y tantas
ofreciendo la recompensa en exceso
de animalidad primitiva,
y saltas del asiento
tocando con el índice airado
las puertas de la noche
(a esta hora,
dominio de los espíritus
errantes
que se meten en la cama
al hacer el amor,
y pasan invisibles
las páginas de las revistas
eróticas
a la caza de espumas
y auras al rojo vivo).
Sí... ayer hablamos de lo mismo,
o de algo similar...
o parecido...
De la monotonía.
Del aburrimiento.
Del vecino de enfrente
empeñado
en la inútil conquista
de una mariposa sabatina.
De los mísiles nucleares
que han hecho del Congreso
el prostíbulo virtuoso
de las viejas democracias
(occidentales, no de otro punto),
y del Pacto de Varsovia
que masturbaba en Moscú
el homosexo --todos somos iguales (sic)--
la homofobia,
y la homoaniquilación por homohambre
del Homo Sapiens
(transformado en Homo-Stupidus,
no de otra forma).
Y me invitas al suicidio
con un revólver de agua,
mientras dices de cortarte
las venas
haciendo una apología a Gillette,
o a engullir las epicúreas calorías
de un chocolate al tiempo
(trasnochada alegoría
del áspid que mordió a Cleopatra).
Y leemos mientras leemos,
y hablamos mientras leemos
las anónimas páginas
de una Biblia amarilla,
y reímos-reímos,
locos de espanto
de la barba caprina de Lenin
y sus amores con Marx en Francia;
y del incesto de todas las Rusias
con los Aliados
de aquella guerra de svásticas cruzada
y de la pose depravada de la Esfinge centenaria
que saluda con brazo de lesbiana
la pequeñez de su ínsula barataria;
y (sin saberlo)
como el aullido de un perro
la hora cero
gravita
en la esfera del reloj sombrío,
recordándole
a las brujas
la cabalgata de sus escobas
(en esta era de espacios)
para que asistan al rito
de las tres vueltas a la luna,
y el encanto
de esta tierra
no sucumba
en las manos temblonas y olvidadas
de quien creó el planeta
en seis días
y al séptimo tuvo que acostarse
a dormir la borrachera
de su crimen
impune.