¿Qué es el mundo
sino un constante
manido,
irreductible fornicar
de aberrado tiempo
y subversiva farsa
proyectada
en aparente,
caótica,
monolítica
progresión
que nos ensarta
y condena
al patético espejismo
de incesante
acción
y postergada
espera?
¿Es la vida
esencialmente
un video,
una cabeza parlante
para adorno
de los noticieros;
una noticia
embalada de último,
taimado,
calculado momento;
el rostro
quirúrgicamente
escuálido
de una modelo
(digitalizado
en visual planisferio
para negación
plausible
de redondez
y de insulto)?
¿Qué sentido
en abrir los ojos,
en comprobar
que aún
detona de colores
la vista,
que aún
la guerra final pregonada
en apocalíptico
tedio
no ha estallado
en genocida
inmoral holocausto
de sus propios
cerebros
castrados
en la sutil,
portentosa ablación
de incorpórea,
subliminada,
deletérea
música
ejecutada
en magistral,
asombroso
y binario concierto
de cálidas,
uterinas,
amnióticas
precisiones?
¿ A dónde
vamos
entonces
si no
al mismo sitio
donde va
el tiempo?