— Hoy hablé con los espíritus.
Me lo dijo, apenas contenida la marea exorbitante de sus cabellos anochecidos contra el segmento que la ventana a sus espaldas le arrebataba al Caribe.
Era un ser mágico. Desnuda se paseaba, en compañía de la brisa, ausente de todo pudor. Volaba a veces, sin mover siquiera un vello, sentada en cuclillas con los ojos cerrados y los pezones erectos. Volaba con el pensamiento, sondeando esferas y planos temporales desconocidos y entonces su piel adquiría un resplandor cobrizo, de carbón en ascua; tibia y casi fluida. Al tocarla sentía yo la transferencia de corrientes de disímil frecuencia subir por las puntas de mis dedos hasta llegarme al corazón y luego al estómago y los órganos genitales.
Se había aparecido una noche, frente a mi mesa de trabajo y allí se quedó hasta el amanecer, consultando los orishas y entonando por lo bajo una tonadilla rítmica y melodiosa en una lengua celeste anterior a la lucumí.
Había venido de adentro de mí mismo –quiero decir, de los páramos de mi mente –, convirtiéndose así en la alegoría más exquisitamente lúbrica y paradójica de una página en blanco –preñada de imágenes ingrávidas, de sueños siniestros, de irremisibles desesperanzas; de sangradas compensaciones, de ideas en fuga que como música se escapaban al razonamiento de la lógica, refugiándose, azoradas de su propia belleza, en las oscuras buhardillas del pensamiento.
La llamé Setiré que en el habla armoniosa de los persas significa estrella.
Echada a mis pies, como una hoja suelta, Setiré me refirió todos los misterios del origen. Me enseñó su cuerpo por dentro, claro y etéreo, sin músculos ni sangre ni huesos. Sólo notas traía el aire que hacía pulsar sus venas: un aire puro, no adulterado, de cima de montaña en la mañana original de todos los génesis (tan puro que las ideas huyeron en vértigo y quedé con la mente en receso, transparentada a las cósmicas luces de otros universos; testigo embrionario de mi propio nacimiento).
— Hoy hablé con los espíritus — repitió.
El Caribe está en sus cabellos. La veo elevarse, vana y expansiva como un pájaro con plumaje de alientos. Me cabalga a horcajadas. Luego, aún jadeante, gravita sobre mi intelecto.
Setiré es esta página sobre la que escribo.