(Con audio en la voz del autor)
Me gusta escuchar
la risa alegre
de los jóvenes
porque se fragmenta
en destellos
de vida
con timbres
de agachada niñez
y amagos de esplendorosa
hombría.
No los veo
pero los intuyo
desde el patio contiguo.
Imagino sus ojos
aún
azorados y limpios
sus cabellos
esculpidos en gominas
solidificadas en posturas
de última urgencia
sus torsos
insoslayables y erguidos
que comienzan
—en alguna ilusión del verano
que apremia—
a echar raíces
en la efímera
ejecución
del rito
que deja fruto y retoño
para luego
devolverlos
al ciclo
ineludible
del observado
que ahora
inevitablemente
observa.
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