viernes, 28 de mayo de 2010

Secuestro



No tiene conciencia cierta de qué le está pasando, pero la han metido en este auto y el susto le impide gritar, aunque piensa (en medio de su atolondramiento) que aunque gritase nadie la entendería en este lugar extraño donde no hablan su lengua ni alcanza a distinguir a alguien remotamente parecido a ella. El aire acondicionado le da en pleno y siente la artificialidad de esta gélida corriente que provoca un leve y ronroneante susurro por todo su ser. Siente terror pero comprende que no hay nada posible que hacer en su caso y que, tal como había escuchado a otros que habían pasado por la experiencia, tal vez el desenlace no fuera tan tremendamente traumático o mortal. Lo peor sería, —según recordaba haber oído— es que disfrutaran por un tiempo de su fresca belleza y luego, una vez saciados todos los aspectos del deseo de poseerla y de la curiosidad que pudiera inspirar, la abandonaran en algún lugar a merced del azar, sin agua ni comida ni forma alguna que garantizara una mínima esperanza de escapatoria o supervivencia.


Había oído hablar a los dos hombres y los había visto intercambiar dinero, mientras él la miraba con esos ojos llenos de admiración y codicia que había descubierto ya en otros rostros. No le parecía mal tipo: alto, robusto, con manos grandes de dedos gruesos y callosos. Pero la aterraba la idea de estar a su merced y de sentirse responsable de proporcionarle el placer que él anticipaba y de seguro, demandaría. Se sentía pequeña e inexperta, apenas venida al mundo como para que le colgasen una obligación tan enorme y ultrajantemente pesada.


El aire. El aire acondicionado y su helado soplar la tenían ya en un estado de entumecimiento. De pronto todo se oscureció. El auto se había detenido. Él, que hasta ese momento se había mantenido absorto en la conducción del vehículo ahora de nuevo la miraba y le sonreía con ojos brillantes, hasta que finalmente, la tomó delicada pero firmemente y la sacó del auto en medio de la oscuridad. Sintió que se iba a desmayar entre sus manos con el vaivén que provocaban la certeza de sus pasos. La luz acarició nuevamente su dermis. Percibió olores, humedad, calidez y voces. Verdor, mucho verdor. Trinos. Brisa. Agua. Rojos. Naranjas. Azules. El vértigo la hizo desear que todo terminara allí mismo. Unos niños gritaban y ahora se acercaban con ojos tan brillantes como los de él, observándola con curiosa alegría. Él la sostuvo brevemente en el aire y luego la colgó de una de las ramas intermedias de un árbol mediano.


—Aquí tienen la planta que les prometí. Ahora tienen ustedes la responsabilidad de cuidarla para que siempre tenga flores y nos deleite con su perfume.


El suave frescor del agua prodigada ahogó el último vestigio de un temor cada vez más lejano y a las claras, falto de fundamento. Decidió tranquilizarse y dedicarse a florecer.


Pedro F. Báez-May 2010






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Mi foto
La Habana, Cuba, Los Ángeles, Estados Unidos
Nacido en La Habana, Cuba, el 3 de diciembre de 1960. Emigra a Estados Unidos en 1980, a través del éxodo masivo de Mariel. Ganador de numerosos concursos de poesía, literatura y ensayo en Cuba y Estados Unidos. Publica su primer poemario, "Insomnia" en 1988, con gran acogida por parte de la crítica especializada y el público. Considerado por críticos y expertos como uno de los poetas fundamentales y representativos de la llamada Generación del Mariel junto a Reinaldo Arenas, Jesús J. Barquet, Rafael Bordao, Roberto Valero y otros.