(Reposición ahora con audio en la voz del autor)
Picasso tiene tres caras.
La del genio.
La del hombre.
La del dilema.
Tres caras que se abren en tres ojos
-tres ojos-
uno por cada cara,
y en cada ojo
una queja líquida
que borra las tres bocas
en un rictus de terracota mal cocida.
Tres cerebros tiene el poeta.
El de la duda.
El de la musa.
El del olvido.
Tres cerebros que sufren
-por separado y a la vez-
en las tres cabezas que sondean
los senderos arquetípicos
de la gloria,
la inspiración,
y la muerte.
Tres manos para esculpir
-cada dedo una entidad-:
cuarenta y cinco gotas de sangre:
tres por cada independencia,
y los contornos que no se vislumbran
devienen
--a golpe de cincel--
en tres piezas deformes
de soberana porquería.
Los franceses tienen tres derechos:
Liberté.
Egalité.
Fraternité.
Y la Iglesia su Trinidad
-santísima Trinidad
de Padre,
Hijo,
y Espíritu Santo, per saecula saeculorum-.
Y los tres millones de poetas
que tiene el mundo
arrastran sus tres cabezas
con tres cerebros respectivos,
y las tres manos que esculpen blasfemias
en la orgía de los quince dedos
y las cuarenta y cinco gotas de sangre.
Tres quejas líquidas
están ablandando
los tres rictus de terracota mal cocida.
Tres quejas líquidas
que obedecen tres leyes diferentes.
Tres quejas líquidas
lavando
la soledad,
la soberbia,
y la muerte.