




Perro,
mamífero carnicero:
cuatro patas
rabo y hocico...
Pero tiene
el perro
ojos
de amor
de nobleza
de hambre:
ojos que hablan
y comunican
un estado
una duda
un viejo recelo...
Agradecimiento
y furia ancestral
en reflejos ambarinos
que miran
apartados del fuego
hacia la densa sombra
inmemorial
sembrada de otros ojos
como luciérnagas fosforescentes
que pestañean
escasamente
en la cómplice penumbra
festoneada de helechos
y líquenes auriculares
que escuchan
con pétrea deferencia
la infra-audible
batalla
del bosque
en acecho.
Lame la mano
— recuerda la sangre—:
febril competencia
de tundra enfundada
en pieles
y hielo esculpido
en blancos monolitos
de insondable, sordo silencio...
Presa delante
— al alcance del aliento—:
hombre que aparece
— dios del venablo—:
llévase la liebre
que rubrica sobre el fuego
entonando
un himno de aromas
que relata
la muda batalla
del humano
contra el perro:
pacto final
de dos hambres;
lealtad
convenida
de mutuo acuerdo.