(Con audio en la voz del autor)
Si hoy quisiera
hablar de la tristeza
podría mirar afuera
y comprobar que sigue estando
gris
el cielo
que tienen los árboles
las copas cabizbajas
que el aire
mantiene la inercia
de su malabarismo
sobre los techos inexpresivos
como queloides
de piedra
sobre las pieles de los jardines.
Podría mirar por la cerca
y ver el perro
del vecino
resignado y acreditado de negligencias
como un oráculo
dentado
de hirsuta, domesticada
trascendencia.
Si pudiera
preguntaría a dónde se fueron
todos aquellos rostros
risueños
que no cabían
—ni comprimidos—
en un charco de la ciudad
plegada al deseo de las lluvias
o en qué otro cuerpo
se alargan hoy tus caricias
desde que el mío
siente este frío
de sietemesino
enconado presagio
invernal.
Podría gritar: "¡estoy triste!"
pero ¿de qué valdría?
Mi tristeza es muda
congénitamente
y la tarde es
sorda
desde que te fuiste.