Desde que murió Orlando Zapata Tamayo se ha dicho mucho en pro y en contra de este hombre. Para unos, es melodramáticamente, un héroe, un mártir que marcará un antes y un después en la "lucha" por la "libertad" (me gusta mejor la palabra democratización) de Cuba y contra el régimen totalitario imperante bajo la égida de la dinastía hereditaria de los hermanos Castro.
Para otros, con marcado sarcasmo y malintencionada sorna, este hombre negro (sí, negro; este dato es importante por razones de percepción social, relevancia simbólica y carencia de representación protagónica —real o usurpada— de la raza negra en el proceso castrista — a favor o en contra del mismo—) es sino un simple preso común que tanto la disidencia interna de la Isla, como el exilio ultraderechista de Miami y los medios de prensa internacionales han tomado como estandarte para enarbolar la causa de los derechos humanos en contra de la Cuba "bloqueada" por el injusto y rapaz imperialismo norteamericano.
Para mí, no es ni héroe ni paria.
Escucho y leo a unos y otros y saco mis propias conclusiones:
1- Orlando Tamayo Zapata fue un hombre, no un animal dañino.
2- Fue un hombre negro y de extracción humilde (de nuevo, esto es importante para esgrimir razones en pro y en contra, desde cualquier ángulo y bajo cualquier concepción socio-política, si hablamos de manipulaciones).
3- Tiene una madre que lo llora muerto.
4- Nació en Cuba después de 1959, supuestamente en un país donde no existe la discriminación racial ni social y donde debido a la "maravillosa igualdad social" y los "inalienables logros y derechos de la clase proletaria que cada día progresa y tiene más", no es necesario robar ni delinquir (sic).
5- Los presos comunes viven en condiciones aún más infrahumanas que los presos políticos que están en la mirilla de la opinión pública mundial. Que su nombre estuviera o no en una lista en tal o cual año es intrascendente.
6- Fuera preso común o no, con un pésimo historial de actividades delictivas y antisociales, Orlando Tamayo Zapata era un ser humano, bajo cualquier óptica y dentro de cualquier ideología que se precie de un mediano grado de civilización y sensibilidad ciudadana.
Por todo esto, y cubana y sabrosamente hablando, me cago en los dirigentes obsoletos de Cuba, me cago en el exilio anquilosado de Miami, me cago en los comentaristas, los periodistas, los expertos, los politólogos, los demagogos y los "blogueros" de pacotilla que pretenden manipular y/o distorsionar la realidad y la trascendencia real de este suceso.
Orlando Zapata Tamayo fue un hombre cubano negro de 41 años que murió en la cárcel sin la adecuada atención médica y pidiendo agua por 18 días mientras se la negaban como castigo a su rebeldía (patriótica o personal; qué más da).
Un caso similar en Estados Unidos provocaría de inmediato investigaciones independientes y audiencias públicas en las salas del Congreso con subsecuentes leyes y directivas para evitar tales abusos, amén de la remoción y encausamiento de los perpetradores, desde el inicio.
Pero no sucedió en Estados Unidos. Sucedió en Cuba.
Sea donde fuere, para mí la evidencia disponible e irrefutable es suficiente.
Murió un ser humano y mi corazón está de luto.
Y para los cínicos, que todo lo ponen en duda y todo lo "tiran a mierda" y "a guasa": sí, cuando me entero de que alguien ha muerto aplastado por un edificio, arrastrado por una tsunami, tiritando de frío y abandono (como las víctimas del Hospital Psiquiátrico de La Habana a principios de enero) o bajo las ruedas de un accidente —en la televisión o en los blogs que leo—, también me entristezco, aunque no los conozca ni sepa sus nombres.
Tal y como mencionó a raíz de la tragedia de Haití un amigo (cubano residente en la Isla) en su blog de temas amables — trayendo a colación la antiquísima y hermosa costumbre de los judíos que callan en señal de duelo y respeto por sus muertos y los familiares que le sobreviven—: a veces el mejor homenaje es guardar silencio.
Silencio, hágase, pues.