Esta Isla soberbia
de insolentes brisas
y altivos disparates
me duele y me late
como una antigua
herida
mal cosida,
mal cuidada,
malsana,
terca.
Alma en cabestrillo
el muro se sublima.
La ciudad toda es una bruma
una fantasmagoría
de pequeños
medianos
apocalípticos derrumbes.
No se divisan
las cúpulas
ni los techos sarnosos
ni las calles con baches
como precipicios
insondables...
Al paisaje indolente
se lo traga el olvido
y el apremio imperioso
de borrar
e ingeniarse
otros orígenes.
Quedamos sólo yo
y la memoria espesa.
La memoria
y este dolor
sin cuerpo
y en muletas.
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