A París, amante y madrastra de piedra
Anochece la hoja
en el puño de la rama.
El aire toca
su flauta de caminos
inciertos
sobre los tejados como copas
de árboles pétreos
—cuadrilátera historia
de genéricas similitudes
repetida sin pudor
de ventana en ventana—.
Los escarabajos mecánicos
resucitados
de lejano Egipto
llevan la alegría y la no-alegría
de un hueco
a otro hueco
de la noche concebida
sobre la motriz negrura
de neumáticos
contados
en cómoda antonomasia
de cuatro en cuatro
contra el pavimento.
Esta selva elegante
consumida de grises
de sarnosas gárgolas
y elocuentes perros
de los basureros
se va de caza
—cazando—
cuando el color es una burla
a la piedad del sol
y los escarabajos
maniobran hasta el vértigo
huyendo
la decágona telaraña
del Arco
que amenaza con avalanchas
de flashes
el añejo falo
adormecido
en férrea erección
que eyacula sobre el cielo.
Selva antigua.
Vieja jungla mitigadora
del hambre extranjera
destilas
displicente
y altiva
extractos
de parnasiano alivio
en la saliva maldiciente
de Valéry
decantada
al morfinómano fondo
de una copa mallarmeana
desde la mesa opulenta
de las ideas discordes
servidas en asadores de 'O'
soperas de 'U'
con tenedores de 'E'
y cucharas de 'P';
pinchado todo
con cuchillos de 'T'
como súbitas cruces expiatorias...
Hambre saciada a medias:
vámosnos
tú y yo
a la digestión
alfabética del futuro.
2 comentarios:
¡Excelente! Las imágenes se reactivan de la mano de tus palabras y hacen de los grises un arcoiris de sensaciones, de vivencias y de nostalgias...
Un besote.
Gracias, Liliana. Me alegra que te guste y que te hable este poema. Abrazos para ti desde mi Isla.
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