Ser madre
te hace divina
ante mis ojos
aunque fueras
madre terrena
entre tantas.
Celestial don
sobre tu vientre
sea o no
debatible
el fruto.
Carpintero
hijo
de la tierra
y del cielo:
cruce
irreverente
de dogma apocrifado
en el libro
inadmisible
de las abominaciones;
mutación
y triunfo
de la catarsis
sobre la mortal,
pagana certidumbre
de carne,
lujuria
y deceso.
A sus pies
lloraste
el fracaso de las súplicas;
el aborto
de aquella infancia
feliz y distante
en una tarde
del quinto día
en el quinto mes;
la impasible
sordera del infinito
hecho
ardiente planicie
de romano escarmiento
con tu hijo
al centro
flanqueado
por desconocidos
mientras se hacía
roja escarcha
el sangrado destrozo
de su cuerpo hermoso
que luego besaste
en consagración
perenne
de tu amor
por él.
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