En el útero del tiempo
dormido,
enroscado en la espiral
del silencio,
atrapado
en la sombra de las vanidades,
salgo,
pájaro ileso,
abanicando tus senderos cardinales,
trayendo
en la lengua azorada del viento,
los cuatro sabores
de tu horizonte.
Llueve de albas
el mundo que arriba
se diluye.
Entrando y saliendo
de tu cuerpo
cada vez me prolongo,
renazco,
de cenizas amargas
desprendido
en el baño de tus horas,
cada golpe de espuma
coloreando gaviotas certeras,
arcoiris manidos,
insípidas brisas,
densas selvas caladas de aburrimiento,
moribundos cataclismos fingidos...
y todo,
al paso de tu aurora,
en las alas de mi ave sedienta,
se conjuga,
se quema,
se fragmenta,
sube,
desprovistas las soledades de espacio,
gritados los silencios,
rotas las probetas del miedo:
en la explosión contraída
de tu cielo,
nazco.
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