Los peces se deslizan
rompiendo el agua y
dejando al fondo
una estela de algas muertas.
La luz es un soplo.
El aura del silencio
huele a lluvia química.
El cielo
está libre de culpas.
Las valisnerias y los falsos lotos
acarician las alas que no vuelan.
Hay escamas y esqueletos
ocultos,
y una reflexion de misterio antiquísimo
en esta esquina de agua cristalina
y cristalina cárcel.
Los ojos que no lloran
–tal vez–
miran
el mundo reducido de la alfombra oscura,
los libros cansados,
las caras,
las flores de seda,
la selva de naturalezas muertas
que penden
de un clavo atroz.
Llega a mí la vibración de un suspiro
que sube
reventando en la atmósfera de mi oído
el último aliento
de una burbuja
condenada al fracaso,
y el chasquido perfecto
del cuerpo que salta
deja en mis manos una fría culpabilidad
de amorosa destrucción.
La luz es un quejido
y el silencio
ya no es.
El cielo y yo compartimos un mismo crimen
de lluvia química y escamas resecas.
Los peces se deslizan.
Rompiendo el agua.
Los ojos que no lloran
–tal vez–
miran el mundo reducido
de la alfombra oscura.
Esquina de agua cristalina
y cristalina cárcel.
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