La metáfora de un gesto
se deshace
en el nicho de tu cuerpo
que rompe cánones,
palabras,
y tiempos
de labios exhaustos
en la blasfemia
de un nombre.
Se refugian
–mi deseo y mi conciencia–
en la pasión exiliada
de tu ser más prohibido
buscando la calma excitada
de amor que crece
en vertical
infinita,
y me baño en tus caricias
que vedan
un paraíso secreto
de selvas
y ríos sin mar.
Disfrutan mis manos
la paz de tus montes.
Se rinde la boca
a la beligerancia
de un beso húmedo
que recorre la encrucijada
de caminos abiertos
y distantes,
sondeando profundidades
ignotas
de fuego y agua
que huelen
a música
de ti.
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