
Teclado de notas afónicas,
asincopadas y apoteósicas;
palabras de loca
polifonía caótica.
Si te toco
yo,
te conviertes en el más piano
de los pianos dulces
y cómo no
si te arranco del alma industrial
de tu ingenio
crescendos que morderían
la envidiosa lengua de Beethoven;
purezas ritmáticas
que Buda mendigaría
sentado en ridícula pose
de sus trances
al éter Karma.
Suicidio afeminado de Chopin
el adagio angustioso
del minuto vacío,
máquina tú, virtuosa
soportando el peso
anonadado de mis dedos,
estallando en la fuente
de grises y blancos
la gravedad de las ideas
--preñadas y paridas--
en mil y una noches
de no-árabe insomnio
y no-libidinosa calma,
y no scherzo es más doloroso
que el galope cardíaco de la sangre,
detenida
en las cavernosas aurículas
del tiempo.
Maquinorquesta.
Mi concierto te mata
con las frías llamas de la soledad.
Maquinorquestal sonido
prescindido de corcheas.
Pentagramas son los dedos.
Palabras músicas
nacidas a la mente del oído
y no viceversa,
y no viceversa de lo opuesto,
y no para exhibir
plumas diamantinas
en los conciertos de invernuniversal
fatiga
locución viciosa
del sonido,
tararás de trompetas.
Música de las salivas.
Cigarro por medio.
Batuta directriz,
humo de sapiencia al espacio,
guitarra nocturna:
pavor de los vientos...
¿Adónde voy?
A la ejecución
magistral
de mis silencios.
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