A mi ciudad querida, a la que no renuncio
Mujer de puerto.
Vieja moza recostada
al otro lado de la bahía.
Dedos infinitos
cuentan campanarios
(cúpulas de viento)
colgados
del azul
—patas de gallo,
y saetas sin arquero
que persiguen
pretéritas
extemporáneas
invisibles
solemnidades—.
Corona es
tu antillano fuero:
marino abrazo
ciñendo
tu talle
caribe y rebelde;
marisma sensual
de soles reventados
en noches
de una sola estrella
poseída
negligente
obsesa;
besando
el agua de indiferencias
que suben
a tu garganta
de obcecada
delirante espuma
saturada de brea
y yodado perfume
de algas descompuestas.
Mujer de puerto.
Habana insomne.
Vieja moza recostada
al otro lado
de mis recuerdos.
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