Para llegar a aquella noche había tenido que escribir diecinueve libros.
Había tenido que sentarse a la mesa de treinta y cuatro presidentes y tres dictadores. Y asistir a la esperpéntica entrega de nueve doctorados Honoris Causa en nueve universidades de tres continentes.
Se había sometido a la irracionalidad del capricho de catorce mecenas menopáusicas. Había escrito en sesenta y siete periódicos y cuarenta y ocho revistas. Había sido crítico de cine y experto en arte.
Había aprendido, para llegar a esta noche, cinco lenguas extranjeras y un dialecto de España. Cincuenta conferencias y trescientas entrevistas avalaban su fama. Un escándalo homosexual en Nueva York y dos queridas en Francia. Una embajada en el Tercer Mundo. Dos altercados con detractores en Italia. Ocho amenazas de muerte. El rechazo de una invitación a Rusia. Una escala de emergencia en La Habana. Su repudio a Estados Unidos. Su adhesión a la pedantería gala. Un intento de secuestro y otro de homicidio...
Había recorrido mundo este hombre.
Sólo le quedaba la náusea de los aviones y de los verbos repetidos en páginas memorizadas a fuerza de hastío y de la cortedad del tiempo que ahora, como nunca, lo privaba de espacio, arrojándolo a las fauces de la vida pública.
Mañana, la entrevista en un canal televisivo deberá ocultar la demarcación de su insomnio con los trucos coloridos de un maquillador afeminado que pronunciará marcadamente sus instrucciones con eses silbantes. A la una, el almuerzo con los ministros en la abúlica eupepsia de la tarde; y luego, la conferencia de prensa a las tres, ante el gremio de los literatos (ese cubil donde reptan la envidia y las frases mordaces ingeniadas al recuento de alguna máxima latina o griega).
A las siete, el vuelo a México. Y de México a Lima y de Lima a Caracas y de Caracas a Buenos Aires y de Buenos Aires a Los Ángeles y de allí a Chicago y nuevamente a Europa.
Londres-París-Berlín-Amsterdam-Roma-Barcelona...
El mundo te reclama y tú e-n-t-r-e-l-e-t-r-a-s.
Debe —antes de sentarse a saborear el espacio de tiempo que le apremia —, escribir un prólogo para el Ministro de Hacienda. Y clausurar un certamen y tres congresos, y leer de la historia y las costumbres de Brasil antes del próximo viaje y ensayar genuflexiones y poses de estadista usurpado, y hablar con duras palabras — que a fin de cuenta, son súplicas — al editor de sus libros que costea su pan y la seda italiana de sus trajes, y el ligero hilo irlandés de sus guayaberas...
Llega cansado, repito, nuestro hombre. Su mujer rezonga en la soledad lujosa de la suite, al final de todas las prioridades.
La ciudad es madrugada de nieblas colgada de un claroscuro lechoso.
Se quita los zapatos. Mueve los dedos. El frío del piso aplaca sus nervios. Escribe, en guerra con la fatiga:
CONFESIONES DE UNA VEDETTE LITERARIA
(NOVELA)
Por G. O. C. M.
Pasa la página. Continúa.
CAPÍTULO I
ANATOMÍA DE UNA APOTEOSIS
..."
2 comentarios:
Yo llegué a conocer a Miguel Delibes en una visita que hice a Valladolid y de él, una de las cumbres de la literatura española, podría destacar su autenticidad y su sencillez. Era un castellano sobrio, austero y recio, pero con un corazón que no le cabía en el pecho. Lamento mucho su muerte, pero ahora, como siempre en estos casos, nos queda su obra, que revisitaré.
Domingo querido, yo también tuve una hermosa y muy positiva experiencia con Miguel Delibes. Cuando publiqué mi poemario "Insomnia" en 1988, envié un ejemplar a Don Miguel, sin mucha esperanza de respuesta. Cuál no fue mi sorpresa al recibir por respuesta una nota de su puño y letra (una letra angular, apretada y casi ilegible) que me expresaba su agradecimiento por el libro, su gusto por mis versos y una exhortación para que no dejara de escribir... Cuando supe de su muerte, me acordé inmediatamente de su obra que he leído y esa nota, que atesoro en un dossier de opiniones sobre mi libro en esa época. Un hombre inmenso y una muy grande pérdida para España y para el mundo literario. Gracias por compartir tu experiencia con nosotros. Te abrazo.
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