domingo, 9 de agosto de 2009

El jardín

(For those who can read and understand Spanish. The genesis of this blog is actually contained, as a philosophical idea, in this writing that dates back to 2001 -a very challenging and tumultuous time period in my life-. I promise an English translation as soon as possible. I also promise I will reveal some time in the near future the high and low lights of that bleak yet transformational epoch of my existence. Enjoy!)

Desde afuera o desde adentro: la reflexión es la misma. Verdes, verdes, verdes escalonados como la esperanza misma, hasta el cielo. Asoman por doquier malvas, rojos y ámbares que estallan para iluminar o enmarcar blancos y púrpuras reventados bajo el sol del mediodía. Se despeñan, ingrávidas, las fuchsias. Hadas maravillosas; flores que penden como sostenidas del aire, de la nada, de la fantasía de un balletómano acróbata.

Es mi jardín. Existo aquí como un ser mágico. Otorgo, sobre este cuadrado de ensoñación vegetal, mis dotes de emperador y de dios. Quizá porque sembrar, cultivar, ver abrirse una flor o germinar una semilla, es como escribir. Y escribir es lo que mejor sé hacer, aunque me lo niegue a mí mismo por terror a la responsabilidad y a mi escandalosa falta de disciplina para ser un escritor “verdadero”.

Dice Brandon que mi jardín es como mi alma y lo creo. También es mi parto, sangrado de fangos, arena y piedras entre los dedos de los pies y las uñas de las manos. Uñas negras, como de campesino o carbonero, a la hora de la siembra, porque no sé ni quiero saberlo hacer de otra forma que no sea con el salvajismo de tener los pies y las manos en la tierra; y dejo así que me moje a veces el agua de la manguera, que me empape el rostro mientras riego las gardenias, para sentirme vivo y despertar en mis poros ese olor de tierra mojada que tanto me recuerda Cuba y el ozono oloroso de su suelo recién llovido.

Cuba está conmigo en este jardín. Por vez primera he descubierto que Cuba, además de un lugar, es una semilla que se lleva consigo y que puede plantarse donde quiera, en cualquier parte, mientras de ella se guarde la memoria de las cosas, repleta de formas, verdes, olores y texturas. Lujuria, humedad, plantas que al hacer brotar sus flores las ofrecen como si fueran jugosas vulvas o erectos falos. Hojas como plumas o peces, como pájaros o arañas; mariposas sutiles de perfumado y blanquecino perfil. Contraste y armonía. Tambor. Tambor. Tambor. Cuerda del aire en los xilófonos descolgados desde la solera del techo o en las ramas del árbol del fondo. Rumba del agua en la fuente; manantial de mis sueños que fluye, en su trópica cadencia, como el decursar de mi propia existencia, reciclada en días y noches; cayendo, cayendo, cayendo en burbujas que estallan y gotas suicidas.

Jardín-alma. Jardín-parto. Jardín que es vivero. Guardería y refugio de un hombre y de un niño. De un niño-hombre que por años jugó a ser hombre-príncipe, hombre-dios, hombre-isla, hombre-universo.

Hay paz en ambos (el jardín y yo) aunque esa paz no sea más que el triunfo de la guerra que libra consigo misma la dialéctica de “ser”. Soberbia, soberbia; soberbia por doquier: altiva, encumbrada, desafiante, magnánima y monumental, como la soberbia de un dios desterrado de su pedestal y obligado a morar en un coto hecho con los últimos vestigios de una magia feneciente que huye, desvaneciéndose con las burbujas de la fuente.

Todo lo adorna, a pesar de la soberbia, una cualidad de lo frágil casi sonora, clara, estentórea en su sencillez de tallos y colores, de perfumes tan delicados como la respiración de un niño dormido. Ocurre, se produce, se manifiesta… mora en el jardín la vida en la sencillez compleja de los vuelos, los aleteos y los néctares. Abejas, mariposas, moscas, libélulas, mosquitos, zunzunes, aves de plumaje azulado y escapadizos nombres; petirrojos, gorriones y palomas torcazas. Todos aquí, en presencia furtiva, perseverante, repetida y vital, en triunfo sobre la lugubrez de mis pensamientos y el vuelo alocado de esas imágenes preñadas de pavor que estrangulan el sentido y me hacen huir por dentro en un trote olímpico, implacable, tenazmente inamovible y devastador.

Relieves, relieves donde se aniquilan mutuamente luz y sombra; sombra y luz en combate amenazante y terrible sobre los volúmenes y las sinuosidades. Frescor y ardentía. Calma y grito. Agua y sangre corriendo al unísono, desde esa fuente encantada formada por tres cántaros rotos de reciente antigüedad y remota cadencia.

Mis manos son, a contraluz, alas en el friolento hálito del amanecer; contra los verdes y todo lo que despierta para arañar mi pupila y llenarme del pánico que esta guerra de contrastes evoca en su mediterránea tropicalidad. La mañana anuncia más sobresaltos y silencios, a intervalos regulares, como creados por un mecanismo inverosímilmente siniestro y repleto de majestades; sublimemente infernal.

Soy yo ese jardín que a voces o suplicando pide que no lo dejen morir, que no lo ignoren, que alguien por piedad rocíe con agua sus crecientes sequedades; que alguien escuche su voz modesta entre el aullido de los vientos y el silencio demoledor de las tardes de verano; que entre el agua se ioga su canto, como una oda ascendente; letanía que a veces adquiere una desconcertante nitidez de ultratumba. ¡Qué miedo, oh Dios, de TODO! Qué miedo de mí mismo y de mi reflexión en el agua… ¿Quién es ese hombre? ¿Por qué me contempla con desconfianza y a la vez descubro en sus ojos tanta tristeza? ¿Por qué, a pesar de sus cansancios, de sus temores y sus desalientos se empeña aún en vivir, en existir, en ser? ¿Por qué calla? ¿Por qué ha callado tantos años su voz y ha enmudecido? ¿Por qué, en medio de su llanto y su miedo, no canta con los pájaros, con la brisa, con el agua?

Pasito a pasito, como quien aprende a caminar siendo niño, o después de un mal accidente. Pasito a pasito, creando ondas en el agua. El hombre tiene los ojos de niño. No pueden ocultarlo ni sus años ni el rictus de hastío. La reflexión no miente. Su alma es recién nacida, como el botón de una flor. Pasito a pasito. El niño le salta por dentro como un parásito benigno. Pasito a pasito. Niño majadero, no te cuelgues de mi pecho. Pasito a pasito, como la oruga en el jardín. Niño, que me ahogas; que me haces doblarme; que me pones de rodillas ante todos; que me haces desnudar para mostrar la deformidad de mis arcoris, la imperfección de mis noches; lo intrascendente del misterio que es existir como existo…

Niño-jardín. Jardín-hombre. Hombre-niño. Niño-dios que todo lo puede.

Pedro F. Báez, 15 de julio de 2001




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Mi foto
La Habana, Cuba, Los Ángeles, Estados Unidos
Nacido en La Habana, Cuba, el 3 de diciembre de 1960. Emigra a Estados Unidos en 1980, a través del éxodo masivo de Mariel. Ganador de numerosos concursos de poesía, literatura y ensayo en Cuba y Estados Unidos. Publica su primer poemario, "Insomnia" en 1988, con gran acogida por parte de la crítica especializada y el público. Considerado por críticos y expertos como uno de los poetas fundamentales y representativos de la llamada Generación del Mariel junto a Reinaldo Arenas, Jesús J. Barquet, Rafael Bordao, Roberto Valero y otros.