Después de las batallas
de los teléfonos
y los ordenadores
y de los supermercados
y de las autopistas
y de los bancos sin crédito
te vas
más abajo
de la cintura
aplacando
redondeces
de muslo y centro,
agotadas
las gomosodómicas
émesis del placer;
cansada
ya
la monotonía de los besos
refugiados
hace un escaso minuto
en la jungla de Venus
henchida y hecha obelisco
de sombra
proyectil y eréctil.
Silencio
ahora
que pasas revista
recapitulando
detalles en la cumbre de tu mente
y miras
hacia los pies de la cama
—reclinatorio,
confesionario
desierto—
donde a veces
(¡tantas veces!)
ha venido a pacer
de rodillas
la inocencia.
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