Cuba desfiló ante mis ojos
como un remolino
girando
en la gangosa negrura
del disco:
como un presagio
de arenas
en el desierto creciente
de las fechas
de nunca más.
Pasó
y no pude beber
de sus aguas de mayo
(pobre de mí
queriendo refrescar
la fiebre
de mis oquedades
en los puros manantiales
de este ensueño de abril)
y no pude detener
los jinetes que olorosos
perfumaban
de caña y tierra
mi árido páramo íntimo
ni tomar por las crines
este mar
disfrazado de puente
que exhala
la memoria dulzona
de aguados salitres.
No pude.
Me impregné de nostalgias.
Pasó Cuba
calmada e indolente;
sus playas eternas
dispuestas a anegar
el hueco laberinto
de mi viejo
corazón.
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