Nunca tuve la oportunidad de publicar esta reseña literaria sobre un libro que aún la merece. 21 años después, su vigencia, con obvias salvedades dictadas por el devenir histórico, es todavía irreprensible. Hace 4 años falleció el reconocido intelectual cubano, el 16 de diciembre de 2005. A su memoria, la publicación póstuma de este escrito que debió haber visto la luz hace exactamente 21 años atrás.
Le prometí que leería el libro en dos días, pero me fué imposible. Lo hice en cuatro, acompañado siempre de una taza de té y el perenne eco de la tos que este catarro diciembrero no se decide a abandonar y que se estrella, en horas de la madrugada, contra un bloque de tibio silencio.
Terminada la lectura, quedó en mí una honda sensación de vacío, de pequeñez; de melancólica impotencia...; y es que, como el bloque de silencio donde fenece la tos, este libro se presenta a nosotros con toda la monumentalidad de su contenido (gigantismo que ya se revela en la asombrosa progresión de su índice), no para hacer un repaso de los hitos históricos más sobresalientes en los últimos cinco siglos, a vuelo de pájaro; ni para tomarlo como un volumen de referencia o consulta (lo que es perfecta y lógicamente admisible) sino que Perfil y aventura del hombre en la Historia 1492-1988 (primera y segunda ediciones de Ediciones Universal, Miami, USA, 1988, 2001; 624 páginas) es, ante todo, un ensayo acertado de ambiciosas proporciones que persigue hacernos reflexionar acerca de ese proceso histórico cuya síntesis hemos sido nosotros mismos y que no pocas veces vuelve su índice (me refiero aquí a la voz intelectual transfigurada en dígito) al lector consciente, colmándolo, a veces, de gloria no regateada; otras, de compartida culpabilidad ante la apreciación sagaz de aquellos sucesos que alejándonos de la grandeza, nos han cubierto de oprobio; todo planteado en la mejor tradición humanista que nos legara ese Renacimiento precursor que hasta hoy nos regala el soberbio crepúsculo comenzado hace quinientos años en la explosión de un prolongado e inquieto amanecer.
Pienso que no podía ser de otra forma, porque la Historia, como laboratorio de filosofías , es a su vez un experimento mutable y en progresión constante de esas filosofías que la moldean, la revolucionan, la niegan, la alteran, la evalúan; que la hacen aparentemente retroceder o adelantarse a saltos. El vacío ( o su molesta sensación) viene de esa mutabilidad irreversible de los procesos históricos que escapan a nuestro control, siendo el hombre —paradójicamente—, el factor más dinámico y el más potente catalizador de los cambios operados en los órdenes de la naturaleza, la sociedad y el pensamiento, y a su vez, el único participante conscientemente activo capaz de infundirle cohesión y cronología a posteriori.
Costa asume esta responsabilidad con la férrea certeza que sólo es concedida al esfuerzo sobrehumano de un verdadero demiurgo; porque ama la Historia incluso cuando ésta le dicta ciertas pautas que lo alejan de su aguda intuición ensayística para lanzarlo al huracán de las fechas y los hitos.
Tiene este libro, asimismo ( como ocurrió con Variaciones en torno a Dios, la muerte, y otros temas) la facultad de develarnos al hombre-monstruo en su más real dimensión, hasta mostrárnoslo completamente desnudo; con toda la vulnerabilidad que ello implica.
Sabemos así, con el decursar del los capítulos, del homenaje infatigable que rinde a los grandes hombres de pensamiento; de su abierta devoción a España (factor que lo hace, además de hispanófilo, un gran hispanista); de su martirizada pasión por esa Cuba irredenta que lo acompaña en cada página donde es posible intercalar un reclamo de justicia que contribuya a la resolución en el problema y la suerte de la Isla cautiva; de su preocupación ante los devaneos de una América Latina fragmentada que reniega de España y que da, equívocamente, la espalda a Estados Unidos; de su admiración incondicional a la grandeza de los pueblos que han sabido ganarse un lugar destacado en la complicada madeja del devenir histórico; de su repulsa a los intereses mezquinos que desde el inicio han condenado al mundo a la rapacidad de las causas injustas; de su fe inagotable en la capacidad idealista del hombre para salvar a al Humanidad de los grandes males y peligros que la aquejan y amenazan. Sabemos, también, de su labor sangrada, arrebatada por retazos al tienpo que lo embiste, severo, como uno de esos toros de la España que lleva en la sangre, la memoria y en el corazón.
No es posible, entonces, leer este libro y no sentirlo.
Porque a cinco siglos de aciertos y errores se suma la personalidad recia del creador que trasciende el límite de su propia meta y se erige, a la par de su obra, en monumento viviente de universales aristas
Los Ángeles, 14 de diciembre de 1988
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